Piense en la divisa nacional como la defensa de un coche que recibe el impacto de un alcance. Su tecnología de ser una moneda en libre flotación le permite amortiguar el golpe y eso consigue que el impacto tenga menos repercusiones para los pasajeros de la economía mexicana.

 

El diseño de ese parachoques de alta tecnología cambiaria sustituyó a la antigua defensa rígida que, como un modelo automotriz de los 50, era sólida, rígida, casi irrompible. Sin embargo, dejaba pasar toda la fuerza del impacto a los fundamentales de la economía que viajaban como pasajeros.

 

Entonces, el diseño del tipo de cambio es, hasta ahora con la tecnología cambiaria disponible, lo más avanzado con lo que podemos contar. El problema es que por mejor que sea el diseño del mercado cambiario, si los pasajeros económicos no tienen puesto un buen cinturón de seguridad de finanzas públicas sanas, las lesiones de columna son inevitables.

 

El peso mexicano ha funcionado a la perfección como amortiguador de una catarata de eventos externos que han afectado de manera simultánea. Desde la caída de los precios del petróleo, pasando por el previsible cambio en la política monetaria de Estados Unidos, hasta el Brexit o la victoria de Trump.

 

Todos estos eventos han dejado abolladuras y raspones en esa fascia cambiaria mexicana.

 

Y con todo ello, la máquina se mueve. La inflación, que es el motor monetario del país, se ha comportado como un mecanismo bien afinado en torno a 3% del Índice Nacional de Precios al Consumidor.

 

Empieza a echar algo de humo por el efecto cambiario, y entonces el banco central ha tenido que aplicar ese aditivo del aumento de las tasas de interés para lograr que la maquinaria inflacionaria no repruebe la verificación de la meta inflacionaria de 3%, más-menos un punto porcentual.

 

Pero hay algo que no está del todo bien en la seguridad activa del vehículo económico nacional. Los frenos al endeudamiento público han fallado y no lograron detener las ansias gastadoras de esta administración durante su primera mitad.

 

El sistema de dirección fiscal no gira igual hacia los ingresos que hacia los gastos, y eso ha provocado desequilibrios en la balanza de pagos que hoy hacen que el volante tenga una vibración peligrosa.

 

México confiaba en su industria petrolera como quien confía en sus frenos ABS y sus llantas deportivas, pero las llantas de Pemex están lisas y su agarre financiero se encuentra comprometido.

 

En la seguridad pasiva hay buenas bolsas de aire de las reservas internacionales y la línea contingente del Fondo Monetario Internacional.

 

La dinámica del mercado interno, con crédito, consumo, baja inflación y crecimiento es un buen chasis para resistir los embates.

 

El tipo de cambio, pues, es solamente uno de los componentes de la maquinaria económica mexicana y tampoco puede resistir tanto tiempo los alcances financieros mundiales.

 

Dicen los mecánicos económicos nacionales que ya están trabajando en reforzar la seguridad financiera y que, por lo pronto, dejarán de aumentar la deuda y de gastar más de lo que ingresan.