Hay un ánimo general de alivio por el comportamiento que ha mostrado el peso frente al dólar durante los últimos días.

 

Queda la idea que ante un comportamiento irracional del mercado cambiario, las medidas de la Comisión de Cambios y de la Junta de Gobierno del Banco de México funcionaron.

 

Arremangarse la camisa y sentarse a la mesa del mercado de cambios con la cartera de las reservas internacionales abierta para invitar a jugar a las vencidas a los especuladores funcionó.

 

No era lo mismo jugar contra subastas fijas de 200 dólares y condicionadas a un nivel específico de depreciación que arriesgar una suma fuerte en un lance especulativo contra el peso y que como respuesta se obtenga un cañonazo de liquidez de billetes verdes en el mercado.

 

Y el Banco de México, en su calidad de garante del poder de compra de la moneda, elevó la tasa de interés a un nivel en que muchas inversiones extranjeras de cartera encontraron el equilibrio y recuperaron los rendimientos.

 

Porque cuando la moneda se depreciaba 10% en unas cuantas semanas y los instrumentos de deuda mexicana no daban más allá de 7% en pesos, parecía el momento de que esas aves cambiaran de cable y volaran a la calidad.

 

Pero con un premio mayor, que no afecte el espléndido comportamiento del financiamiento bancario que hoy tiene México, y con un peso más fuerte esos capitales hoy respiran tranquilos. Sólo que ahora están pendientes de los factores estructurales.

 

Los datos publicados por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en su más reciente reporte de las finanzas públicas y la deuda pública dejan ver que finalmente eso del recorte al gasto público es una realidad.

 

Ahí estaba presente el mal sabor de boca de la promesa de bajar el gasto durante 2015 y que al final resultó en un incremento de los gastos de más de 5%.

 

Pero durante enero pasado, con las evidencias de que la caída petrolera no era un juego temporal del mercado, se reporta un descenso del gasto público de 11.6%. Ya veremos en los meses por venir si es una tendencia o bien se trata del regreso de la vieja e indeseable práctica de no empezar el ejercicio del gasto desde el inicio del año.

 

Al mismo tiempo, el informe refleja una baja en los ingresos por la vía tributaria. Básicamente el descenso se dio en los impuestos especiales que se cobran en los combustibles y también en las bebidas endulzadas.

 

Si bien desde la presidencia y dentro de la Secretaría de Hacienda saben que si alguien merece un altar es su cobrador de impuestos, lo cierto es que las tasas de incremento en la recaudación tenderían a encontrar un tope, y más cuando la economía no crece a un ritmo acelerado.

 

Con los ingresos petroleros disminuidos, todo el peso de los ingresos se recargó en la eficiencia recaudatoria de una mediocre reforma fiscal como la vigente.

 

Lo que merece la atención es el balance entre los ingresos y los gastos, en un escenario de un déficit alto y una deuda creciente.

 

Ese es el foco de atención respecto a la economía mexicana. Si la política monetaria funciona bien, si la política cambiaria fue bien recibida, lo que sigue es no dejar dudas que la política fiscal tiene como máximo valor el mantenimiento de una economía que busca dirigirse otra vez hacia los equilibrios hoy perdidos.