¿Qué es lo que provoca que las ventas de autos usados se dispare en la Zona Metropolitana del Valle de México justo después de que se anuncia la ampliación por tres meses del programa Hoy no Circula?

 

No es otra cosa que la desconfianza. Es no creer que la autoridad dice la verdad cuando asegura que es una medida temporal, que a partir de julio se regresa al esquema anterior de restricción vehicular.

 

Es imposible olvidar que la tenencia se estableció en 1962 con la promesa de que sería un impuesto temporal para financiar los Juegos Olímpicos de México en 1968. Estamos en 2016, y la tenencia goza de cabal salud como un instrumento recaudatorio.

 

Si existiera confianza en la autoridad, la decisión correcta sería comprar un auto nuevo, el que menos contamine, para esperar los nuevos parámetros con el fin de pasar la verificación vehicular.

 

Esto es un ejemplo del peso de la desconfianza en un país que tiene pendientes tan elementales como el respeto al estado de derecho, el freno a la impunidad y el combate a la corrupción.

 

Otra manera de ver la desconfianza desde el plano económico-financiero nos lo regala la encuesta que levanta habitualmente la firma AT Kearney en su índice de confianza de la inversión extranjera directa.

 

Por un lado está el mensaje de las autoridades financieras y su garantía de que la economía está creciendo, que las finanzas públicas son sanas, que la macroeconomía no tiene mayores complicaciones.

 

Hay el discurso constante de que las reformas estructurales están funcionando, que Petróleos Mexicanos es una empresa viable a pesar de todos sus problemas financieros y que, en general, todo está bien.

 

Pero la percepción de los que mueven el dinero llevó a México a perder nueve lugares en el top 20 de las economías atractivas para invertir. Del noveno sitio que tenía nuestro país en 2012, hoy está en el 18.

 

No hay otra economía en esta medición que haya caído tanto –vamos, ni Brasil–, y todo tiene que ver con las expectativas incumplidas.

 

Se trata de expectativas incumplidas. Se trata de promesas de crecimiento superiores a 5% para estas alturas del sexenio, cuando estamos apenas añorando mantener 2%.

 

Las reformas estructurales, en especial la energética, no han cumplido con la expectativa por razones tan simples como el derrumbe del precio del petróleo.

 

Pero hay un cobro internacional por el conformismo que generó la reforma energética, no por mala, sino por considerarla el punto final de los cambios para el gobierno actual.

 

El cambio mágico que se auguraba con la reforma energética se anuló con los barriles de petróleo a menos de 30 dólares.

 

La corrupción, la impunidad, la falta de respeto a las leyes son lo que mueve a los inversionistas internacionales a desconfiar de México.

 

Ojalá que desde las esferas gubernamentales no se opte por descalificar la encuesta de confianza ahora publicada, y más bien se tome en cuenta como una evidencia de que, más allá de los intereses políticos, sí hay una percepción negativa de muchos aspectos locales.

 

El trabajador de clase media de la Ciudad de México decide comprar un coche viejo para brincar el Hoy No Circula recargado, porque no cree que sea temporal y el inversionista extranjero opta por otro destino porque tampoco tiene confianza en que se logre concretar el mexican moment que les vendieron hace apenas cuatro años.