Desde las viejas murallas de la ciudad de Constanza, parado ante un encendido atardecer sobre el Mar Negro, el mayor de los hijos prodigios del futbol rumano pudo llegar a una importante conclusión: por mera generación espontánea no llegaría una gran camada de cracks en su país; con quejas o nostalgia por sus años célebres, mucho menos; el único camino es el trabajo.

 

 
Él mismo, Gheorghe Hagi, nacido en esa localidad costera, emergió en solitario como uno de los más finos jugadores del mundo, sin tener el respaldo de un sistema que hiciera brotar y crecer a más figuras.

 

 
Acaso por lo anterior, tras haber dirigido en varios lados sin éxito, incluido un breve paso como seleccionador, Hagi fundó una gran academia de futbol en 2009. El proyecto se planteaba a larguísimo plazo, impensable sospechar que apenas ocho años después el equipo Viitorul (traducible como futuro), no sólo estaría ya en primera división, sino que sería campeón de la misma.

 

 
Como propietario, presidente, director técnico, caza-talentos, formador de divisiones inferiores, pedagogo, portavoz, aparece el propio Hagi. La edad promedio del plantel es apenas superior a los veinte años, todos rumanos y apodados Puștii lui Hagi (Los niños de Hagi).

 

 
Hagi surgió algo más de tres décadas atrás bajo un convulso contexto. La mayor rivalidad del futbol rumano era entre el Dynamo de Bucasrest –equipo operado por la Securitate, el temible aparato de inteligencia de Nicolae Ceausescu– y el Steaua Bucarest –manejado por el ejército y, en específico, por el hijo del dictador, Valentín.
En cuanto despuntó, esos dos brazos de la represión buscaron reclutarlo para su causa, aunque pudo más, como es de esperar, el heredero Ceausescu. Así, Hagi pasó por el Steaua antes de salir a derrochar su magia por Europa y en Copas del Mundo.

 
A propósito de hijos, en esa gran fábrica de talentos que es el Viitorul, ha despuntado Ianis Hagi, quien con 16 años ya fue capitán del club y ahora busca hacerse un sitio en la Fiorentina italiana.

 

 
Una opción hubiera sido esperar que por generación espontánea apareciera más temprano que tarde un nuevo genio del balón rumano. Otra más, conformarse con criticar al sistema, a sus estructuras, tener nostalgia por el pasado y no hacer nada más. Gheorghe Hagi ha optado por otro camino: convertir a su costeña ciudad natal en la tierra del futuro del balompié de su país; futuro que es presente demasiado pronto.

 

 
Twitter/albertolati

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