Práctica común en la antigua Roma que moldearía nuestros calendarios: rebautizar a los meses en honor de monarcas. Así, tenemos julio por Julio César y Agosto por César Augusto –por fortuna no perduró el intento de Nerón de tatuar en la agenda sus tres nombres: Neronio para abril, Claudio para mayo, Germanicus para junio.

 

Sirva esa añeja referencia como resumen del actual despotismo y culto a la imagen del dictador en Turkmenistán, sede en estos momentos de los Juegos Asiáticos de deportes bajo techo.

 

La misma Turkmenistán, ex República Soviética, que reúne la cuarta mayor reserva de gas natural en el mundo, lo que explica un derroche de 10 mil millones de dólares para organizar un evento de perfil y trascendencia bajos.

 

Esa Turkmenistán en donde antes de que pereciera el eterno presidente Saparmurat Niyazov, las fechas se vieron modificadas: enero sería Turkmenbasy, padre de los turcomanos, como tenía que ser referido el mandatario; abril mudaba a Gurbansoltan, como su madre; septiembre a Ruhmana, como su libro de lectura forzada.

 

Niyazov murió en 2006, dejando detrás una inmensa cantidad de estatuas de oro, incluida una que giraba para nunca recibir al sol de espaldas. Su sucesor, Gurbanguly Berdimuhamedov, empezó por prometer apertura y una inmediata vuelta a la sensatez, aunque eso sólo aconteció con el retorno de los meses a la normalidad.

 

Hoy Turkmenistán es considerado el segundo país más aislado del mundo, sólo detrás de Corea del Norte. Con todas sus libertades atropelladas, sin capacidad alguna de crítica al régimen, con el peor de los historiales en violación de Derechos Humanos, no se logra entender cómo el Comité Olímpico Internacional concedió su aval para un deportivo ahí.

 

Si Brasil o Sudáfrica desplazaron a quienes quisieron para abrir espacio a sus estadios, imaginemos lo que ha sucedido en Turkmenistán, gobernado como empresa familiar de un tirano al que sus promocionales muestran como especie de Rambo. Lo mismo en términos de detención de disidentes, que según Human Rights Watch, elevaba sustancialmente conforme se acercaba la inauguración. En un sitio en el que, como en la Rusia stalinista, hablar con extranjeros representa una afrenta, los competidores y visitantes sólo se pueden desplazar por la ciudad sede bajo la sombra de un vigilante.

 

A lo anterior debe añadirse lo de verdad preocupante: que otra vez una justa atlética se preste para legitimar a los más siniestros regímenes.

 

Entonces reparamos en que la Copa África va rotando por los países del continente sometidos a dictaduras de mayor duración (entre cuatro de sus cinco anfitriones de 2010 a 2019, se suman 163 años sin cambio) y comprendemos: no sólo es peligroso el sitio donde se alberguen Mundiales y Olímpicos, también es imperativo que se asuma responsabilidad por quienes organizan los certámenes regionales.

 

Berdimuhamedov, al que se tiene que llamar Arkadag o protector, contempla las instalaciones desde una imponente efigie bañada en oro de 24 quilates.

 

Las contempla satisfecho: el titular del Consejo Olímpico de Asia y presidente de la Asociación de Comités Olímpicos Nacionales, el kuwaití Ahmed al-Sabah, asegura que la inversión millonaria beneficiará a la población local y que esos Juegos Asiáticos serán un catalizador de cambio en Turkmenistán.

 

El mismo jeque que viene de un país suspendido a menudo por el control de su comité olímpico desde el gobierno, el mismo que hace unos meses fue obligado a renunciar a su cargo en FIFA por corrupción, es el encargado de aprobar.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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