Un movimiento recorre las ciudades del mundo, el de “los indignados”. Con más sorpresa por su desarrollo que temor sobre su alcance. La clase política lo contempla con cierta indiferencia hasta que desborda la plaza pública; los ciudadanos con simpatía hacia el movimiento, hasta que afecta su bienestar; y los medios le dan el tratamiento de “prime time” y los quince minutos de gloria correspondientes.

 

El movimiento de los “indignados” o del 15-M en referencia a la concentración del 15 de mayo en la Plaza del Sol de Madrid, causó sorpresa por su facilidad en reunir en pocas horas a miles de ciudadanos, inicialmente y mayoritariamente jóvenes, para protestar por la situación económica, sus causas y causantes, reivindicando una democracia participativa y una reforma política que rompiese el consolidado bipartismo político en España.

 

Las causas de la indignación son claras. Ahí siguen todavía. Es la insatisfacción ciudadana por una crisis inesperada, que en el caso de España llega después de la frustración provocada por la estafa colectiva del crecimiento en burbuja especulativa. Los indignados aparecen como un movimiento espontáneo, que aprovecha las redes sociales (los jóvenes se manejan bien en Twitter) y que construye proclamas y programas de manera asamblearia.

 

Las revueltas en el norte de África a principios de este año son la señal de que “sí se puede” por lo que el contagio se extiende. Aunque en Islandia ya hubo un precedente de “indignados” cuando la gente ocupó la plaza Austurvollar en enero de 2009 después del colapso del sistema financiero. Es la llamada “revolución silenciosa” porque, de manera incipiente, salió en los medios internacionales. Fue el primer movimiento que alentó soluciones fuera de la ortodoxia financiera. Los islandeses a raíz de este movimiento votaron en referéndum el rechazo de la devolución de la deuda a los inversores extranjeros, después de que éstos provocaron la caída del gobierno. Sí se pudo, pasar del movimiento al resultado político.

 

En España, el 15-M, una vez alcanzado su límite de permanencia en las plazas públicas como movimiento pacífico y haber derivado en ataque a los diputados en Barcelona, se intenta mantener latente y deslocalizado como foro de debate permanente. Esto significa el fin del “prime time” y la reducción a la utopía programática de escasa aceptación ciudadana por sus contradicciones de intervencionismo en lo económico y mayor democracia política.

 

La pregunta es si el movimiento de los indignados tendrá éxito en el mundo. Además de ser un movimiento ciudadano, es un movimiento citadino o urbanita. Un movimiento que requiere rapidez de convocatoria con redes sociales, transporte público y malestar económico. Condiciones que no se dan en todo el mundo por igual. El movimiento se extendió con escaso éxito en mayo en Berlín y en septiembre en Paris. En los disturbios de agosto en Londres se utilizaron redes sociales aunque la indignación derivó en saqueos en lugar de propuestas políticas. En octubre llega a Nueva York con el incentivo de ser Wall Street el corazón del sistema financiero internacional. Se extiende hacia Washington con toda su carga simbólica, agrupando como en el 15-M a los afectados por la crisis y los permanentes contrarios al sistema que encuentran por fin, después de décadas perdidas, la justificación a su ideología. Satisfechos de que el capitalismo se hunde, ignoran su renacimiento en las economías emergentes, de bajo salario y alto ejército industrial de reserva y no ven que lo que realmente se hunde es el Estado de bienestar Europeo.

 

Las condiciones económicas y políticas que se dan en los países son distintas y las segundas y terceras derivadas del movimiento de indignados también. Los elementos comunes son las redes sociales y la utopía programática. El primero sigue redituando en los balances de las empresas tecnológicas, el segundo se estrella contra el muro de la realidad política y de la mayoría ciudadana que por el momento, entre la utopía y la supervivencia, elige la segunda opción. Paradójicamente la revolución silenciosa tiene éxito y el “prime time” de los indignados se ahoga en sí mismo sin resultados.

 

*Director de Foreign Affairs Latinoamérica