Una molestia corroe a los gobernadores:

Se sienten damas de compañía del presidente Enrique Peña.

 

Les incomodan las frecuentes convocatorias a la Ciudad de México para asistir a actos de todo tipo y con cualquier pretexto:

Fiestas cívicas.

 

Anuncio de proyectos federales, unos en la capital y otros en provincia si, como el de Zonas Económicas Especiales, se trata de impactos regionales.

 

Evaluación de programas de todo tipo.

 

Reuniones cíclicas por ley como el de revisión de estrategias en materia de seguridad, donde se destacan avances para luego ser demolidos desde distintos ámbitos de la sociedad civil.

 

En la difusión mediática destacan las ceremonias a donde asiste el Presidente, pero también se dan muchas de menor alcance y promoción en Secretarías de Estado.

 

A estas citas debe agregarse otro dato:

La mayoría de asuntos y problemas se atienden en la capital del país y eso obliga a los gobernadores a venir a gestionar recursos, impulsar sus propios planes y hasta para recibir autorización de ceremonias conmemorativas.

 

¿Por qué lo último?

 

Porque la tradición aconseja representantes del Gobierno federal, de preferencia secretarios de Estados, como única manera de tener atención y aprovechar su visita para nuevas líneas de apoyo.

 

Síndromes del centralismo.

 

 

¿CUÁNTO NOS CUESTAN Y QUIÉN GOBIERNA?

Varios gobernadores entrevistados coinciden en una media:

-Por lo menos dos veces a la semana estamos convocados a la Ciudad de México, bien sea desde la Presidencia de la República, de algún secretario de Estado o de la Conago.

 

Ahora es entendible, pues Miguel Ángel Mancera preside la Conferencia y ha resultado muy activo para impulsar la agenda de los estados, desde la revisión del llamado nuevo sistema penal acusatorio hasta mayor justicia distributiva.

 

Aquí entra de nuevo el centralismo histórico:

Como la metrópoli es un lugar natural de encuentro y las comunicaciones en provincia no son adecuadas, aquí se realizan reuniones en temas de salud, migratorios o de cuanto usted imagine.

 

Los gobernadores no lo dicen, pero también tienen culpa.

 

La mayoría de ellos vive en la Ciudad de México -aunque para efectos electorales utilicen la provincia- y vienen a atender asuntos personales y de negocios.

 

Su vida social está aquí y no en las capitales de sus estados, donde con frecuencia se sienten alejados del poder, de la actividad pública y de los medios de comunicación.

 

Además, todos ellos están condicionados por razones partidistas, y en esto no existen excepciones: el poder los hace iguales y basta asomarse a cualquier agenda, panista, perredista o priista.

 

Ayer tuvimos la prueba en Insurgentes Norte.

 

Esto no dejaría de ser anécdota, pero caben dos preguntas de alto impacto:

¿Cuánto cuesta al país esa movilidad?

 

¿Cuánto esa improductividad?

 

La presencia de gobernadores en la Ciudad de México no bajará ni en tiempos electorales.

 

 

CUANDO MEADE SE SINTIÓ PRESIDENCIABLE

Las sirenas de poder aparecieron para José Antonio Meade en agosto de 2015.

 

Tras el declive electoral priista en las elecciones intermedias oyó el coro popular y por fin entendió la gran cercanía del poder presidencial.

 

Él lo confió a amigos:

“En 2012, cuando fui designado secretario de Relaciones Exteriores, dije: ya trascendí el sexenio.

 

“Pero en 2015, cuando el presidente Enrique Peña me designó secretario de Desarrollo Social, me dije: ‘Ah, caray. De verdad tengo posibilidades’.

 

“Y cuando repetí en Hacienda reflexioné: la agenda de hoy y de mañana es económica y puedo estar hoy y mañana.

 

“Desde entonces solamente me dediqué a un objetivo: prepararme sin descuidar un ápice mi trabajo”.

 

La voluntad presidencial, a impulso de Luis Videgaray, le dio la razón… y la designación.