¿Qué tanto le conviene a un gobernador tener un Presidente, en Los Pinos, de su mismo partido?

 

Hay que decirlo: un primer mandatario local es un empleado del titular del Ejecutivo federal si es su correligionario. Sigue instrucciones y las sugerencias son órdenes. Le dicen “jefe” y a todo responden “sí, señor”, por absurda que sea la petición.

 

Sus listas y propuestas, en época electoral, tienen que ser palomeadas o, bien, autorizadas, por su patrón. Los grandes contratos de obra son del “dueño del balón”. Todo, pues, tiene que ser consultado.

 

Cuando viene el momento del destape de su sucesor, tienen derecho de veto, pero no de voto.

 

Pero si son adversarios políticos, trata el Presidente de México a todo dar a su enemigo: más dinero, más concesiones, más libertad y más atenciones.

 

Todo cambió con Ernesto Ruffo Appel en 1989, que triunfó en Baja California, convirtiéndose en el primer gobernador emanado de un partido distinto al Partido Revolucionario Institucional.

 

Nacido en Ensenada y graduado en el Tec de Monterrey, el administrador de empresas era envidiado por sus 31 compañeros; te va mejor que a nosotros, todo te lo piden “por favor” y te invitan y te visitan más que a nadie, le reclamaban.

 

No les cabía en la cabeza a los tricolores que al panista lo sentaban en el mejor lugar, siempre lo convocaban a los actos cívicos y hasta lo nombraban en los discursos. Ellos estaban en el ritual, fieles a la cargada y atentos al besamanos.

 

Lo mismo pasó con Zedillo Ponce de León: era muy mano izquierda con los azules y rígido con los suyos. Y cuando ganó el PAN, en 2000, las cosas siguieron igual, pero a la inversa: Vicente Fox Quesada era amable y simpático con los priistas y ninguneaba a los panistas.

 

No se diga con Felipe Calderón, donde tuvo que entregar casi todo su poder a los gobernadores del PRI, para siquiera entrar a San Lázaro y rendir protesta de ley.

 

En este sexenio nada cambió; sólo debemos ver el presupuesto federal asignado a los gobernadores no priistas y el trato que Enrique Peña Nieto le da a los mandatarios locales de la oposición. Varios priistas se han quejado en privado, con el autor de esta columna, que ni los ven, oyen ni pelan.

 

Bajo esta tesis, que estoy dispuesto a debatir en estas páginas y en cualquier otro foro, la lealtad de los gobernadores no estará con su candidato, sino con el gallo que “cacaree” mejor el presupuesto.

 

En otras palabras, no por ser dueño o controlador del padrón estatal será guiado a favor del amigo del partido; seguramente será manejado para el triunfo del candidato de enfrente, ya que los gobernadores odian ser empleados.

 

¿Y para qué probar cómo les iría con el candidato de Morena? Más vale malo por conocido, que bueno por conocer.

 

Lo invito, respetado lector, a que se ponga a hacer números; los gobernadores y alcaldes del PANPRDMC prefieren un Presidente del PRI; y los del PRIVerde, uno emanado del Frente Amplio Ciudadano.

 

¿A poco no?

 

 

@GustavoRenteria

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