La iniciativa privada mexicana se pone muy salsa, y le dice a los estadounidenses que no les van a rogar y que si se quieren ir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), pues que se vayan.

 

Con esta postura el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto al sector empresarial en el terreno que le gusta, el de la pataleta, el de las vencidas y las declaraciones escandalosas.

 

Hasta ahora, la serenidad y buena organización de la parte negociadora mexicana han sido desconcertantes para los estadounidenses que portan el mensaje intransigente de la Casa Blanca.

 

Si los empresarios se ponen al tú por tú con Trump, que no les sorprenda que un día de éstos se pare el Presidente frente a ellos y les aviente un papel higiénico, como damnificados de Puerto Rico, y a través de su cuenta de Twitter acabe por destrozar el acuerdo y, de paso, insultarlos.

 

Es cierto que si se rompe la composición actual del TLCAN, con la salida de Estados Unidos, México tiene mecanismos de comercio exterior que harían prácticamente imperceptible el cambio.

 

Porque las reglas de la OMC para México, como nación más favorecida, a la par de una predecible depreciación cambiaria harían que la competitividad de las exportaciones mexicanas a ese país del Norte se mantuviera con pocas excepciones.

 

En las matemáticas, pues, no pasaría gran cosa si nos independizamos comercialmente de Estados Unidos y empezamos a explorar otros horizontes comerciales en este mundo.

 

Pero hay que tomar en cuenta dónde están las pérdidas irreparables.

 

Cierto es que en el momento en que echen a Trump de la Casa Blanca y llegue un Presidente más sensato podríamos regresar a un acuerdo comercial. Pero de entrada perderíamos el estatus de integrantes del TLCAN.

 

La marca “América del Norte” hoy nos pertenece. Un producto hecho en México es un producto NAFTA, y eso vale.

 

Cuando el mundo concibe que la calidad mexica está avalada por el principal mercado del planeta, compran el producto con ese respaldo. Pero si es excluida la marca “Hecho en México”, se devalúa, aunque no lo queramos aceptar.

 

Además, siempre será mejor compartir la frontera con un país que es socio y amigo que con una nación hostil con la que tengamos un conflicto comercial.

 

Hay que repensar las bravuconadas mexicanas en torno a salirnos nosotros del TLCAN. Hay que dejar que los negociadores hagan su trabajo.

 

Eso sí, hay que tener la certeza de que no nos hace Washington ningún favor; somos socios en una relación de ganar-ganar, y no nos van a maltratar.

 

Pero ponerse bravos frente a Trump y advertirle que seremos nosotros, antes que ellos, los que abandonen el acuerdo es caer tan bajo como su política de confrontación lo desea.

 

No hay que darle gusto en eso. Mejor dejemos que el preparado y templado equipo negociador haga su trabajo hasta el final.

 

caem