La soberanía es un acto de fe en época de la globalización. Los algoritmos que gobiernan la web han invadido el sistema operativo de los partidos políticos; sus dogmas han sido rebasados.

 

El primer ministro griego ha dado otra vuelta de tuerca al debate sempiterno de la política: gobernar con la cabeza o el corazón; algoritmo supranacional o voluntad propia; Unión Europea o Grecia.

 

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Foto: AP

Ayer, Alexis Tsipras sacó del fondo de su ser lo que reprimió durante la prolongada negociación que sostuvo con el Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y Comisión Europea, alias la troika. “Si hubiera hecho lo que me pedía mi corazón durante esa negociación de 17 horas” se habría producido una serie de acontecimientos que hubieran llevado a la pérdida de todos los depósitos bancarios. Su amigo, Yanis Varoufakis, desertor de lo europeamente correcto, se convirtió en el antihéroe transmoderno después de haber calificado como terrorista a Christine Lagarde, jefa del FMI.

 

Una lectura lineal y rigurosa de la declaración de Tsipras vincularía su carácter a un sistema pragmático que antepone la realidad al sueño. Sin embargo, la frase no asimila la decisión que tomó unos días antes a la declaración: el referéndum para mandar a volar las propuestas de reforma de la troika. Su inconsistencia genera un costo, el de la credibilidad.

 

Sabemos que la Unión Europea está diseñada para que los partidos extremistas no puedan gobernar. El algoritmo Merkel es el catalizador de la troika, a pesar de que François Hollande lo niegue o intente bracear a contracorriente.

 

Durante la era dorada de las ideologías, un olor perfumado surgía de las razones de ser de los partidos políticos. Ayer, Tsipras regresó al pasado para revelar su doble identidad: el primer ministro que gobierna con el corazón o el primer ministro que gobierna con la cabeza. Comportamiento esquizoide que bajo un entorno racional tendría que mover a los mercados, asustar a la población y ahuyentar a las inversiones. Estado de sitio esquizoide el que vive Grecia. Los ciudadanos no saben el destino por el camino que los llevó Tsipras. Una semana convoca a referéndum para decirle no a la troika y 48 horas después se sienta a negociar con la troika un paquete de duras reformas que se traducirán en la pérdida de ingreso real per cápita de los griegos en 10%.

 

Si Tsipras gobernara con la cabeza tendría que haber renunciado un minuto después de haber pactado con la troika. Las premisas del pacto no forman parte de las promesas electorales que hizo durante su campaña. Si sabemos que un partido radical vive de los acentos, y éstos los representaba un conjunto de noes dirigidos a las propuestas de la troika, entonces la traición a los votantes se tendría que traducir en pérdida de confianza.

 

Ayer, Tsipras dijo que vislumbra nuevas elecciones. No sabe cuándo aunque se le agradece la capacidad de reconocer la realidad: pérdida de confianza.

 

David Cameron comprende que las inconsistencias de los laboristas le dieron la victoria en las recientes elecciones. En el siglo XXI las rutas políticas por la confianza/desconfianza han hecho descarrilar a las viejas ideologías. Con mayoría absoluta, Cameron se encuentra instalando un conjunto de reformas de privatización en los sectores de salud y en el de educación.  El efecto cohesionador ha sido los referéndums: el de Escocia y pronto el de la permanencia o no de Gran Bretaña en la Unión Europea.

 

Para Cameron el euro no es un anatema; para Tsipras sí.

 

Desde los extremos, el desgobierno.