Es lo bueno de la Ciudad de México: nunca te aburres. Caminaba con mi hermana cuando escuchamos en los altavoces a un hombre súper emocionado que decía: “No somos peligrosos, los peligrosos son los dirigentes autoritarios. Nosotros sólo buscamos la concordia, el amor y la reconciliación…”.

 

Uy, qué maravilla. Estuve a punto de gritar: “¡Love is love! ¡viva el pride! ¡únanse banqueteras!” porque creí que eran los ecos de la Marcha del Orgullo Gay, pero no. El que soltaba el bonito discurso de amor era el Peje frente a cientos de seguidores. Parecía un Gandhi que no pasa hambre.

 

Cuando nos acercamos, dentro de una cafetería que daba asilo a los asoleados, saludé a una pareja indígena que venía –en huaraches– desde Guerrero sólo para asistir a la presentación de su gallo y de regreso. ¿No les parece precioso? Eso es ¡amor!, o ponle acarreo, pero del bueno.

 

Coincidí con Andrés Manuel en una esquina de Reforma y me puse a pensar sobre los caprichos del ser humano. Él quería llegar a la Presidencia, y yo nada más a la Capilla Sixtina. Por favor, no me juzguen a la ligera ni me tachen de conformista, es que llegas a un punto en la vida en el que prefieres ver solamente cosas bonitas.

 

 

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Foto: Daniel Perales

 

 

 

Aunque debo confesar que cuando pisamos la Plaza de la República, a unos pasos de donde murió Ruiz Massieu (cuánta historia en tan pocos metros), quedé decepcionada por la falta de ambiente italiano. Yo pensé que ahora que el Papa Francisco al fin autorizó construir la réplica de la Capilla Sixtina para traerla de gira a México, los organizadores se pondrían las pilas y convertirían la plancha de la Tabacalera en un rincón de Roma. Y nada. Ni una rebanada de pizza, ni un llaverito suvenir, ni un cafecito con mantel a cuadros, ni palomas, ni monjas cantando: “Tú eres mi hermano del alma realmente el amigo…”.

 

Eso sí, la reproducción quedó espectacular y todos los asistentes comentaban orgullosos: “Oh, es idéntica a la original”. Ahora que con el Brexit se van a poner las cosas color de hormiga para viajar a Europa, es una buena oportunidad para ver los frescos de Miguel Ángel, aunque sea de mentirita (total, es como un oso de peluche).

 

Por cierto, días antes tuve otro momento italiano-chilango para recordar. Estaba en el restaurante de un hotel elegantísimo, especialista en “calzones” –de los que inventaron en Nápoles– cuando entró el gobernador Gabino Cué y se sentó en la mesa de junto. Creí que venía solo porque dicen que no tiene amigos, pero lo acompañaba el periodista Jorge Fernández Menéndez.

 

Mientras ardía Oaxaca, él revisaba el menú para tomar decisiones: ¿pasta o risotto?, ¿vino blanco o rojo?, ¿burrata o pulpo?, ¿pastel de chocolate o de manzana?

 

Tal vez sea porque, según los expertos, los problemas se ven mejor desde afuera. Es lo que llaman psicología con perspectiva. Eso sí, no vi quién pagó la cuenta, pero lo imagino. Estoy valorando, seriamente, hacerme una limpia. Es que no pasa un fin de semana sin que encuentre a algún político en el camino. ¿Será un mensaje divino?