Distintas formas de interpretarlo: para algunos ha constituido la última derrota del comunismo europeo en su cara futbolística; para otros, su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.

 

El asunto es que este miércoles la Champions League al fin pudo penetrar en el reducto que le faltaba del lado oriental del antiguo telón de acero. Casi treinta años después de la caída del Muro de Berlín, la Liga de Campeones debutó bajo esa denominación en la extinta República Democrática Alemana.

 

Antes ya había estado en el Cáucaso, en el Báltico, en buena parte de los Balcanes, incluso en el remoto Kazajstán con el club Astana o en el Tartaristán con el Rubin Kazán. Como sea, los germanos del este se rezagaron por una sencilla razón: a diferencia de lo que acontece, por ejemplo, al equipo promedio bielorruso o esloveno, tener que competir por su sitio ante rivales mucho más consolidados en términos económicos y de infraestructura, como lo son sus ex vecinos occidentales.

 

Aquel lapidario juicio del escritor Günter Grass –que la reunificación fue más bien la absorción de una empresa empobrecida por otra sustancialmente más poderosa– tuvo sorprendente claridad al aplicarse al futbol. Los grandes talentos de la RDA no tardaron en ser comprados por los clubes de la RFA, haciendo que la voluntad integradora de la Bundesliga pronto quedara en eso: un mero deseo, especie de utopía.

 

Pocos años más tarde, ya ni siquiera había exponentes de la desaparecida Alemania Oriental en primera división. Paulatinamente, la presencia de sus jugadores en la selección también fue a menos (de los campeones del mundo en Brasil 2014, sólo Toni Kroos proviene de ese lado del muro).

 

Vale la pena aclarar que durante la separación sí hubo representantes de la RDA en certámenes europeos. El Magdeburgo conquistó la Recopa en 1974, como el Carl Zeiss Jena llegaría a la final en 1981 y el Lokomotive Leipzig en 1987.

 

El último precedente en Copa de Clubes Campeones (aún no Champions League) se dio en 1991, cuando la UEFA tomó una decisión salomónica ante las dos Alemanias que con esperanza se adherían: tanto Kaiserslautern de la RFA como Hansa Rostock de la RDA fueron inscritos.

 

Desde entonces, los germanos orientales estuvieron cada vez más lejos de la calificación, inclusive resignados a ser ajenos a la Bundesliga, hasta que otro Leipzig nació bajo patrocinio de una multinacional, con fuertes inversiones de un magnate y sin vínculo alguno a la que llegó a ser vista como ciudad proletaria orgullo de la RDA.

 

Un RB Leipzig opuesto del todo al vetusto Lokomotive, que se mantiene vagando por cuarta categoría. Aquel Lokomotive que representaba a los obreros ferroviarios y que tenía por gran rival al Chemie, de las industrias farmacéuticas, hoy disuelto por bancarrota.

 

¿El triunfo de la otrora Alemania Oriental, finalmente adaptada a los nuevos tiempos del balón, o la última derrota de la Alemania comunista, doblegada por enésima vez por el capital? Supongo que lo segundo, pero a la Champions League le tiene sin cuidado el debate: al fin entró a donde empezaba a resignarse a que jamás entraría y lo hizo con un gran proyecto como lo es sin duda el RB Leipzig.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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