Si este párrafo que a continuación reproduzco pudiera ser factible, seguro que se ganaría el Premio Nobel de Economía:

“Nuestra propuesta consiste en aplicar una política de cero endeudamiento y baja inflación, aparejada a una estrategia de crecimiento para promover la creación de empleos y el bienestar. El desarrollo no sólo depende de una eficaz política monetaria, de control de la inflación y de disciplina fiscal, también es indispensable el crecimiento económico para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la gente”.

 

Ésta es una de las tantas ocurrencias que el candidato adelantado, Andrés Manuel López Obrador, propone como su plan de gobierno. Hoy está prohibido hacer campaña, no está permitido que haya candidatos, pero AMLO y su partido, Morena, saben que tienen atemorizada a la autoridad electoral, que es temerosa de hacer cumplir la ley.

 

Las generalidades de López en lo que llama Proyecto Alternativo de Nación son una letanía de enunciados que van de lo imposible a lo indeseable.

 

Lea este toque mesiánico de cómo hace falta una simple presencia iluminada para cambiar a millones de personas: “La honestidad es nuestra tabla de salvación. Vamos a convertir esta virtud en forma de vida y de gobierno. Nuestra propuesta es acabar con la corrupción; no sólo reducirla, sino erradicarla por completo”.

 

Cada punto que agrega a su proyecto va erizando más la piel de aquél que lo puede leer de una forma crítica. Incluso aquéllos que comulgan con las ideas de la izquierda deberían ser los primeros en horrorizarse del contenido conservador de su “plan”, que limita tanto las garantías ganadas por una infinidad de grupos que hoy han triunfado en el respeto a sus derechos.

 

Pero en materia económica, el proyecto alternativo del eterno candidato López Obrador no sirve, no es viable y es hasta peligroso.

 

No trae una sola línea sobre cómo poder lograrlo. La respuesta es que el mesías es tan eficiente y tan convincente que podrá llevar a los mexicanos por el buen camino de los valores, la fraternidad y la felicidad.

 

Le regalo a este grupo un poco de los “cómos” para conseguir lo que plantean en materia económica.

 

Por ejemplo, en aquello de vivir con baja inflación, disciplina fiscal, alto crecimiento y cero deudas, hay que decir primero que es el sueño de cualquier economista que desarrolle políticas públicas, no de los que viven sólo en la academia, porque ellos siempre pueden cuadrar todo en sus papers.

 

Para lograr esa belleza de mundo económico ideal, deberían pensar en un estricto control del gasto público en todos los niveles de gobierno y en los tres poderes, una muy elevada productividad y una infraestructura de envidia para cualquier nación del mundo.

 

Y aun así hay precios internacionales incontrolables, hay coyunturas globales bajas en la actividad económica y hay eventos imponderables que pueden mover cualquier plan perfecto.

 

De verdad hay que tener cuidado con lo que soñamos, porque siempre hay alguien dispuesto a abusar de las esperanzas de los ciudadanos.