Por tercer año consecutivo, la Selección mexicana tendrá que afrontar más de un evento en el mismo verano. En 2015 fueron Copa América y Copa Oro; en 2016, Copa Centenario y Olímpicos; y en 2017 serán Confederaciones y la Copa Oro.

 

Cada una de esas ocasiones han corroborado algo evidente: que no generamos talentos como para confeccionar dos planteles competitivos. Se buscará reservar a algunos elementos, se conseguirá que un par de la liga local vaya a las dos competiciones, se pondrán parches a un lado y otro, pero no bastará y en uno de los dos compromisos (o en ambos) se quedará por debajo de las expectativas.

 

Saco eso a colación no porque sea información fresca (finalmente, se sabía desde que México calificó a la Confederaciones) ni porque Guillermo Cantú haya declarado, la semana pasada, a Fox Sports que “sí habrá mucha diferencia entre un equipo y otro porque no podemos estar en dos lugares a la vez”. Lo hago justo a unos minutos de que el América busque su pase a la final del futbol mexicano, resultado que usted ya conoce al acceder a este texto. Y lo hago porque, avance o quede eliminado, será parte de lo mismo: ese afán del futbol mexicano de ser chile de todos los moles, de cobrar en todas partes, de abultar el calendario a grados absurdos, de sacrificar la calidad por la cantidad.

 

Tigres no tiene la culpa de una eventualidad que podría dejarle 19 días parado. Tampoco América, si lograra meterse a la disputa por el título. Los dos serían víctimas de una nefasta planeación que hasta este domingo siempre había dejado abierta la puerta al caos: hace un año, el propio América estuvo a un gol de imponerse a Pumas, con lo que la final hubiera tenido que esperar a su regreso del Mundial; similar riesgo se asumió en 2010 y 2012, sólo que Pachuca y Monterrey quedaron fuera en cuartos; o en 2006 con el propio América, caído en semifinales a un día de volar a Japón.

 

Es decir, que la federación ha apostado por la probabilidad y no por el sentido común. Lo segundo sería prohibir que se encimen dos compromisos para el mismo equipo en puntos opuestos del planeta; lo primero, esperar o rezar para que el clasificado a Mundial de Clubes pierda antes de la final.

 

Si no sucedió ayer y Necaxa está en la final, acontecerá más pronto que tarde. Eso, a menos que al fin se aprenda la lección y no tenga que ahogarse un niño para tapar ese pozo de la desorganización.

 

Muchos americanistas saltaron cuando hablé del tema, argumentando que eso ya la sabían todos y que lo primero es apoyar a nuestros representantes en el extranjero. Más a favor de lo aquí planteado: la forma de apoyarles es permitirles viajar habiendo terminado un compromiso, porque esto desvirtúa la competencia con un finalista desencanchado y otro engarrotado por el jet lag.

 

Mientras escribo, Necaxa y América tienen la palabra. Si Rayos avanzó, en nada cambia mi planteamiento: esto lleva mal varios años sin que se remedie. Copa América y Copa Oro, dos copas cada cual con fase de grupos y dos Liguillas a cada año; ser chile de todos los moles, al fin que los únicos afectados son aficionados y jugadores.

 

Twitter/albertolati

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