Una copia tan burda de Donald Trump (su frase bandera, “Hagamos a Holanda nuestra de nuevo”; el copete de color extraño; la obsesión de mandar mensajes incendiarios en twitter; la criminalización del marroquí en lugar del mexicano; la estigmatización de musulmán como terrorista o delincuente; el afán de aislamiento y rompimiento con la Unión Europea), que cuesta ubicarlo en uno de los países vistos como más tolerantes, como lo es Holanda.

 

 

 

Este 15 de marzo, Geert Wilders buscará convertirse en Primer Ministro y, según varios sondeos, parte con altas posibilidades.

 

 
Siendo el futbol holandés uno de los sitios en donde mejor se aprecia y dimensiona el mosaico en que se convirtió la nación naranja, este político entendió que ahí radicaba una inigualable plataforma para lanzar consignas y posicionar visiones.

 

 
Hacia el año 2009 comenzó a referirse al término “islamización de la Eredivisie” (primera división holandesa), al tiempo que criticaba al goleador Mounir el-Hamdaoui por festejar elevando los brazos al cielo y exigía que se mostrara tarjeta roja a quien efectuara plegarias en la cancha.

 

 
El-Hamdaoui resultaba un blanco perfecto para sus ataques. Nacido en Holanda, eligió jugar con la selección de Marruecos, de donde, como miles de africanos del norte, emigraron sus padres para trabajar. “Es terrible que la religión fascista se haya impuesto en el futbol holandés”, clamaba el hoy candidato a Primer Ministro. Incluso, iba más allá: “El futbol es un deporte tradicional holandés. Esta tradición está siendo desechada. La ideología islámica ha penetrado en nuestro futbol. Una ola violenta islámica ha llegado”.

 

 
Importante reparar en algunos puntos. Primero, Holanda no ha sido siempre lo tolerante que se suele pensar y su grado de colaboracionismo nazi en la Segunda Guerra Mundial es tema más o menos escondido…, pero sí lo es más que buena parte de sus pares europeos. Segundo, a su selección le costó muchísimo trabajo superar la división entre blancos y negros; de hecho, ese fue el gran legado de Frank Rijkaard como DT nacional en la Eurocopa 2000, lograr que al fin compartieran mesa, rutina, charlas, los de ascendencia surinamesa (Davids, Kluivert, Seedorf, Reiziger) y el resto. Tercero, que los principales clamores de Geert Wilders van contra los marroquíes, aunque en el plantel oranje apenas encontremos a futbolistas vinculados con este país (apenas el ex barcelonista Ibrahim Afellay). Cuarto, en tierras neerlandeses el genuino momento de nacionalismo futbolero, de pasiones que entremezclan historia y viejos rencores, sólo se vive cuando se enfrenta a Alemania.

 

 
Holanda, ese gran precursor de la Unión Europea a través del BeNeLux (Tratado Comercial con sus vecinos Bélgica y Luxemburgo), hoy puede terminar de desmontar la alianza europea si elige a Wilders. Su futbol, de los primeros junto con Francia y Portugal que mostraron el lado deportivo de la multiculturalidad, es parte de su discurso populista y paranoide.

 

 
La próxima semana, Holanda decide. Por mucho que cueste creerlo, este pueblo de aspecto relajado, auténtico, sereno, dicharachero, abierto, está cerca de colocar en lo más alto de su gobierno a tan burda copia de Trump.

 

 
Twitter/albertolati

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