Para algunos, primero fue el ovoide que la Casa Blanca: presidentes de Estados Unidos que llegaron a jugar futbol americano a buen nivel.

 

 

Por citar algunos ejemplos, Dwight Eisenhower se lesionó tacleando nada menos que al legendario atleta Jim Thorpe, o el musculoso Gerald Ford desestimó una oferta de los Empacadores de Green Bay para seguir sus estudios de leyes, o John F. Kennedy destacó con un equipo de Harvard.
No es el caso de Donald Trump, cuya relación con la NFL ha sido, como casi todo en él, controvertida, suspicaz, conflictiva.

 
Esta historia inició a principios de los años ochenta, con una liga que pretendía desafiar la hegemonía de la NFL. En esa USFL actuaban los Generals de Nueva Jersey, propiedad de Trump. La temporada corría de primavera a verano, justo cuando la NFL descansaba, y buscaba ser espectacular en todo sentido, con rifas de medio tiempo que incluían como premio mayor el liquidar la hipoteca del aficionado ganador.

 
El propio magnate neoyorkino promovió desplazar los partidos a otoño-invierno, a fin de orillar a la NFL a una fusión que redituaría mucho a la nueva liga. Eso nunca sucedió y mientras la USFL se disolvía tras sólo tres campañas disputadas, el hoy presidente encabezó una demanda contra la NFL por 1,200 millones de dólares. Ganó la demanda contra el monopolio, pero…, por sólo 3 dólares más 76 centavos en intereses, cheque que, comprensiblemente, nunca se molestó la extinta USFL en cobrar.

 
Como el común de los mandatarios de Estados Unidos en los últimos cincuenta años, Donald Trump vivirá su primer Súper Tazón a pocos días de estrenar el cargo. La cercanía de fechas es tal que incluso la investidura para el segundo cuatrienio de Ronald Reagan coincidió con el partido; entonces el reelecto presidente efectuó el volado inicial vía satélite desde la Casa Blanca (el San Francisco de Joe Montana lo ganó –fue cruz–, como ganaría el título).

 
17 años después, George H. W. Bush, con su hijo en la presidencia, acudió al Súper Bowl para realizar en vivo el volado. Momentos de alto patriotismo, a unos meses de los atentados del 11 de septiembre, los ex presidentes vivos aparecieron en la pantalla del estadio leyendo discursos de Abraham Lincoln.

 
Obama fue un ferviente seguidor de los Osos de Chicago. Al tiempo, su relevo no tiene lazos sentimentales con ningún uniforme, pero sí muchos negocios; quiso comprar a los Bills de Buffalo, fue propietario de los Generals de la desaparecida USFL y seguramente apoyará a los Patriotas en el Súper Bowl, dado el abierto respaldo que le otorgaron tanto el mariscal de campo Tom Brady, como el dueño de la franquicia, Robert Kraft. A unas horas de hacer su juramento, Trump se dio tiempo para saludar a Kraft en el público: “con nosotros tenemos a alguien que no entra en presión de ninguna forma, porque tiene a un gran mariscal de campo llamado Tom Brady y a un gran entrenador llamado Belichick… Bob Kraft. Entonces, buena suerte Bob, tu amigo Tom me acaba de llamar para felicitarnos, él se siente bien. Buena suerte, les irá increíble”.

 
Con lo que Trump no contaba fue con que quizá ocasionó un problema matrimonial a Brady. Días después de haberse pronunciado a favor del candidato republicano, el QB declaró que por exigencia de su esposa, Gisele Bundchen, tenía prohibido hablar más de política y de su vínculo con Donald.

 
Twitter/albertolati

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