La consagración de Lionel Messi con el equipo mayor argentino estaba apuntada para la Copa América 2011: porque era local, porque por primera vez en su carrera disputaría un torneo ante sus connacionales, porque como nunca antes el seleccionador de su país se había puesto en sus manos, y, sobre todo, porque sin duda alguna llegaba en su mejor momento.

 

Tenía 23 años, pero iba ya rumbo a su tercer Balón de Oro consecutivo y arrasaba récords con un Barcelona que cerró esa temporada con otro título de liga y la Champions League. Claro que en 2012 pulverizaría todavía más sus registros con los 91 goles en un año, pero en ese 2011 Argentina esperaba al Messi más resolutivo y genial.

 

Su actuación, sin embargo, fue de lo mediano a lo desesperado. La albiceleste no pudo vencer a la débil Bolivia en la inauguración en La Plata: empate a uno, y eso gracias a que niveló el marcador en los últimos minutos. Lo siguiente fue igualar a cero con Colombia en Santa Fe, estadio a escasa hora y media en autopista del Rosario natal de Messi. La ronda preliminar cerró con victoria sobre Costa Rica. Con desilusión por su desempeño, pero Argentina avanzó a cuartos de final. Ahí, Uruguay la eliminaría en penales.

 

El mejor futbolista del momento, ese que goleaba por racimos y accedía a casi todo trofeo con el Barça de Guardiola, se iba del torneo sin haber anotado siquiera un tanto; retrasado al medio campo en su ansiedad por recibir balones, ávido de demostrar que por fin podía ser profeta en su tierra, definió Juan Villoro, “El drama argentino de Lionel Messi sigue abierto. El que se fue no acaba de volver”.

 

columna messi

 

Por eso Chile 2015 resulta tan relevante para el crack rosarino. Él sabe bien que sus números y logros, que sus antecedentes y trayectoria, bastan para un sitio en lo más alto de este deporte. Sin embargo, a perpetuidad le sería reprochado no coronarse con Argentina; evidentemente, si lo hace en Copa América seguirá siéndole exigido un Mundial, mas el certamen continental es un punto de partida indispensable, una especie de tregua con la afición de su país, un punto de partida para ilusiones más allá de su comodidad en Can Barça.

 

Con Gerardo Martino, quien lo dirigiera un año en Barcelona, como seleccionador, Messi mantiene un alto control sobre el conjunto nacional (el apodado Tata ha dicho “Messi es mucho más maduro desde el último Mundial”).

 

Estará lo suficientemente cerca de Argentina como para tener apoyo de miles de viajantes, aunque también con la distancia necesaria –los Andes como frontera, ni más ni menos– como para no padecer la presión de un pueblo que nunca ha terminado por aceptarlo como ídolo: por su origen ajeno a las villas-miseria, por haber emigrado en plena niñez a Barcelona, por conectar poco con la argentinidad, por ser tan distinto en vida y tangos a Maradona…, por tener pendiente un título mayor con Argentina (no se olvide que como sub-20 fue campeón en el Mundial de Holanda 2005 y como sub-23 fue medalla de oro en los Olímpicos de Beijing 2008).

 

Más allá de su socio blaugrana Neymar, Brasil no parece tener muchos argumentos para impedirlo en una Copa América que tiene a Argentina como principal favorita y a Messi como estrella principal a seguir.

 

Cuatro años después, vuelve a llegar a máxima plenitud a una Copa América. La duda es cómo se acomodará con sus compañeros albicelestes y cuánto le quedará en las piernas tras tan arduo año en Europa en el que se ha negado a descansar un solo partido.

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