No habría existido uno sin el otro. No a esta dimensión. No con esta portentosa capacidad, no con este tesón, no con este nivel de juego, no con esta longevidad.

 

 

¿Qué habría sido de Roger Federer sin la volcánica irrupción de Rafael Nadal en 2006, cuando ya acumulaba siete torneos de Grand Slam y apenas iba rumbo a los 25 años? A falta de un rival que lograra vencerlo, la derrota del suizo hubiera llegado desde el aburrimiento, la rutina, la falta de motivación y de necesidad de ser mejor.

 
¿Qué habría sido de Nadal de haber llegado a un deporte en el que nadie mandara como lo hacía Federer? En sus propias palabras, pronunciadas años antes del actual renacimiento en pareja: “toda mi carrera he tenido en frente a un jugador mejor que yo y eso me permite aprender”.

 
¿Qué habría sido de Garry Kasparov sin Anatoly Karpov? ¿Y del Duque de Wellington sin Napoleón? ¿Y de Carl Jung sin Sigmund Freud? ¿Y de Miguel Ángel sin Leonardo? ¿Y de la literatura de Góngora sin la de Quevedo? ¿Y de la música de Beethoven sin el arrollador precedente de Mozart? ¿Y del boxeo de Joe Frazier sin Muhammad Ali? ¿Y de Cristiano Ronaldo sin tener en su misma liga y en el acérrimo rival a Lionel Messi? Nunca, nunca, nunca lo mismo.

 
La realidad es que la competencia nos hace mejores. Más todavía, las caídas y la urgencia de levantarnos de ellas.

 
Hacen falta carácter y hambre para sobreponerse a toda lesión y su consiguiente rehabilitación; hace falta algo indescriptible para hacerlo, después de seis meses de inactividad, con 35 años y más trofeos que nadie en la historia. Posiblemente, Roger Federer regresó por tres razones: la primera, que todavía puede competir al máximo nivel; la segunda, su amor al juego; tercera, la sensación de que algo le faltaba. ¿Qué? No es descartable que imponerse a Nadal en plena final de un grande: sabedor de que la historia del tenis le pertenece, Federer debió admitir muy seguido de que él a su vez pertenece a Nadal (y su balance de partidos así lo refleja).

 
Como sea, en su discurso de celebración, aseveró con naturalidad que estará en el próximo Abierto australiano. Así que nada de pensar en retiros o jubilaciones, nada de conjeturas sobre metas ya cumplidas o rutas de salida: Federer se rehabilitó porque quiere seguir otro buen rato en el circuito; y Federer no sabe estar en el circuito si no es aspirando a lo máximo.

 
Curioso 2017 el de la raqueta: los dos que se daban por idos, han demostrado que siguen estando en la cima. ¿Murray, Djokovic, Wawrinka, Raonic? Cada cual en momentos y edades específicas, ha de aprender muchísimo de estos dos. Lo primero, que la más exigente de las competencias, que la más fulgurante de las némesis, que el más permanente de los antagonistas, es lo mejor que les puede llegar a pasar.

 
Como prueba, ese ballet con raqueta, esa estética tan clásica, ese refinamiento de movimientos, que a cada año Roger Federer no ha hecho más que elevar. ¿Por qué? Entre otras razones, porque Nadal a eso le obligó.

 
Twitter/albertolati

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