Ciertas noches están hechas para crear leyenda, para incitar a Homero y dar forma, ditirambos convertidos en percusión, a la más inverosímil de las gestas, a la más poderosa epopeya. Noches con alta carga religiosa, de mudar a la cancha en procesión y al balón en objeto de devoción. Noches para convertirse en criaturas de mitología o quedar en meros dibujos animados.

 

 

Si todo proceso de fe incluye un momento de duda, son noches también para cuestionarse: ¿qué es imposible en el deporte? Cuestionarse y autopersuadirse: puede ser, tiene que ser, va a ser…, rematado en una convicción que ya envidiarían buena parte de los místicos y profetas que dieron forma a las religiones más practicadas del planeta.

 
A esa noche, en la que tendría que correr como Aquiles, luchar como Áyax, resistir como Héctor, el Barcelona llegó con prisa y de inmediato despertó al mejor de los inicios posibles: sólo pisar la cancha del enfebrecido coliseo catalán, la cuesta de cuatro ya era de tres; cuestión de signos, el ¿sí?, tan pronto mutaba en ¡sí!

 
Al tiempo, el París Saint Germain lucía superado por su propia gesta, como si el miedo a ser remontado paralizara más que el miedo rival a no remontar, como si el pánico a ver desplomarse lo construido en su terruño le quitara toda confianza en la solidez del proyecto. Y es que el PSG tan intimidante en el Parque de los Príncipes, sólo salió al Camp Nou a autositiarse y esperar, rosario en la mano, posición fetal, ojos al suelo, que transcurrieran un par de horas.

 
Puestos a la mitología, Sísifo se restregó en las espaldas del Barça, cuando ya habiendo consumado tres cuartas partes de la meta, cuando ya con 3-0 y una eternidad por jugar, despertó a una nueva realidad: que la roca había caído monte abajo, que debía volver a comenzar, que el gol de Cavani le devolvía a la realidad de mortal.

 
Así llegamos al final, minutos condenados al trámite, en los que nada más podía pasar y, desde el obstinado oráculo de Delfos, todo se terminó por alinear.

 
Sí, el benévolo árbitro obsequió un penalti que representó el quinto, pero el Barcelona creyó cual poseso y en el estertor final, devolvió la inmensa roca a la cima: si cuatro eran ilógicos, ni hablar de seis, o de tres a dos minutos del final.

 
Noches para hacer leyenda. Esas noches en que imaginamos a Homero en el palco de prensa tomando nota y abriendo la epopeya con una férrea afirmación: lo imposible no era tal, lo imposible sucedió en el Camp Nou, yo lo vi.

 
Twitter/albertolati

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