No es que sirviera de consuelo, pero hasta hace unas semanas la crisis del arbitraje mexicano era la misma que la del arbitraje mundial: un sistema de justicia superado tanto por la velocidad del juego como por las numerosas cámaras y tecnologías que todo exponen; la certeza de que cuanto se juega, tantos millones, tantos intereses y poderes involucrados, han convertido cada silbatazo en campo minado; la sensación de que el árbitro de nueva generación, ya en España, ya en México, ya en cualquier sitio, viene más cargado de dudas y complejos que de personalidad y liderazgo.

 

 

 

Eso hasta un par de meses atrás, cuando Edgardo Codesal salió de la Comisión de Arbitraje con críticas al gremio por su baja voluntad de cualificación, entrenamiento y mejora…, lo cual, errores de Codesal al margen, parecía evidente con una racha de pésimos jueceos en partidos vitales.
Desde entonces, nuestro arbitraje naufraga en una crisis que a su vez se inserta en la del arbitraje en el mundo. Lo anterior, con un peligroso añadido, bomba de relojería que estalló el viernes pasado a un par de horas del partido inicial de la jornada: la imposible fiscalización del futbol mexicano.

 

 
Me explico con una analogía: la madurez de varios países bien puede medirse a través de la autonomía de sus sistemas de auditoría interna, materia en la que si en la política mexicana estamos muy rezagados, en nuestro futbol resulta todavía peor.

 

 
En una federación donde todo está subordinado a los dueños de los clubes, donde ellos reparten, ordenan, contratan, supervisan, la independencia siempre será relativa.

 

 
Días atrás, la Comisión Disciplinaria, nunca sabremos con cuánta soberanía, convirtió en burlesque los castigos tras una jornada peligrosamente violenta en las gradas. La impunidad ante una botella casi golpeando el rostro de un jugador en Morelia, la pírrica sanción tras un episodio que pudo ser trágico en Veracruz, la falta de reacción en un inmediato cambio de protocolos de seguridad, la única intención de nadar de muertito y esperar que el tema se enfríe.

 

 
Ahora, la misma comisión se vio confrontada a un tipo de episodio que suele estar penalizado con un año de inhabilitación: el contacto físico con el árbitro. Evidentemente, ni Pablo Aguilar, ni Enrique Triverio, generaron fracturas a la autoridad en sus respectivos contactos. No obstante, aquí no se juzga la rudeza del contacto, sino el contacto en sí, mismo que en los dos casos existió. La Comisión Disciplinaria pretendió volver a lo hecho ante el episodio de Veracruz y Morelia: un saca de apuros, mero refugiarse en el mal de los pusilánimes que es es la indecisión por encima de la decisión; reflejo idóneo de muchas facetas del país, la Femexfut apostó por la impunidad.

 

 
La única salida a este parón arbitral será con una ampliación de las sanciones a los dos futbolistas: sólo así quien se dedica a pitar tendrá la convicción de que se encuentra protegido. Más difícil, la federación sólo saldrá de esta crisis, sólo desmontará esta bomba de relojería, con nuevas estructuras que permitan a cada quien hacer su trabajo: sin intereses, sin llamadas, sin jaloneos, sin compromisos. En resumen, con autonomía. En resumen, sin impunidad.

 

 
Twitter/albertolati

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