La organización Semáforo Delictivo dio a conocer que durante 2017 se registraron 267, estos son 142 más que en el 2016

La paz ha durado demasiado poco al ciclismo. Tan poco que a escasos cinco años de que Lance Armstrong fuera despojado de todos sus títulos, la primera gran figura que emergió tras el texano se encuentra por demás discutida.

 

 

La inauguración de Londres 2012, a la par de ser un festival de la anglofilia, de incluir a personajes tan variados como J.K. Rowling, Paul McCartney y Mr. Bean, interrumpió sus cuadros por un instante para que el Estadio Olímpico aclamara al primer británico campeón en el Tour de Francia.

 
Bradley Wiggins ingresó con casaca amarilla, alusiva al maillot que porta el ciclista ganador en Francia, e hizo sonar una inmensa campana. Un año después recibiría de parte de la reina Isabel II el cargo de Sir y para Río 2016 se convertiría en el atleta británico con más medallas olímpicas.

 
Como queda claro, hablamos de un personaje importantísimo tanto para el deporte del Reino Unido como del mundo.

 
Meses atrás, como parte del contraataque ruso tras la suspensión por el dopaje de Estado, el grupo de hackers Fancy Bears mostró que el apodado Wiggo había recibido seis excepciones de la WADA para ingerir sustancias prohibidas (las controvertidas TUE’s: Terapeutic Use Exemption). Ahí se incluían inyecciones intramusculares para tratar lesiones justo en el período que antecedió a su coronación en el Tour, lo que generó sorpresa en algunos especialistas.

 
Ahora las autoridades británicas investigan el contenido de un paquete médico entregado en 2011 a Wiggins, con lo que se teme que otro castillo de naipes pueda desplomarse.

 
El problema es muy claro: que a la par que se incrementa la capacidad de detección de dopaje, también se eleva la tecnología para ocultarlo. Una especie de carrera armamentista en los laboratorios, en la que solemos enterarnos unos años después, con análisis a posteriori y nuevas técnicas, del reglamento de doping infringido con anterioridad. Eso llevó a que en 2016 se develaran decenas de casos positivos de Beijing 2008 y Londres 2012.

 
Con Wiggins, más allá de las TUE’s concedidas por la WADA, no existe de momento prueba de orina o sangre en su contra. Sólo una investigación que pretende dilucidar qué consumió y qué se le suministró en el mejor momento de su carrera…, tal como empezó el escándalo Lance Armstrong.

 
La presunta culpabilidad es errónea. Tanto como no inquirir lo que parece cuestionable. Al tiempo, el ciclismo de ruta vuelve a salir del descanso de los últimos años. Tras las siete coronas quitadas a Lance (competencias en las que casi siempre compartió el podio con ciclistas discutidos o luego cachados), vino un título anulado a Floyd Landis en 2006 y otro a Alberto Contador en 2010 (caso muy extraño de clembuterol, presuntamente por una carne contaminada).

 
Hoy, de nuevo, estamos ahí. ¿La cultura de las grandes rutas ciclistas continúa siendo la misma de los primeros dosmiles? Queremos pensar que no, pero Wiggo, el aclamado en la apertura de Londres 2012, el distinguido por la reina, el retirado semanas después de las filtraciones de Fancy Bears, puede devolvernos a la era de las mentiras.

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