En el deporte, como en la vida, las cosas no se dan cuando se quiere, sino cuando se puede…, aunque de tanto querer, algunos eventualmente terminan pudiendo.

 

 

¿Hasta cuándo dejarán los comentaristas deportivos de recurrir a la palabra imposible? Probado tan a menudo que en una cancha nada lo es, bien harán en limitarse a enumerar una serie de antecedentes que hacen poco factible (muy distinto que imposible) esa gesta.

 
Unos meses atrás, los Cachorros de Chicago consumaron ante los Indios de Cleveland una de las remontadas más espectaculares en la historia de la Serie Mundial (perdían 3-1 y les restaban aún dos partidos fuera de casa). Lo mismo en 2005, el Liverpool levantándose de un 3-0 adverso ante el Milán en plena final de Champions League.

 
El asunto es que nunca equipo alguno se había recuperado de un déficit mayor a diez puntos en un Super Bowl. Por ello, 25 puntos de distancia parecían más que lapidarios, aunque más que el marcador mismo, las circunstancias, las sensaciones, lo que podía percibirse en ese emparrillado; tres primeros cuartos en los que nada funcionó a Nueva Inglaterra: ni el punto extra al poste, ni la protección a su mariscal de campo, ni los receptores que soltaban cuanto pase llegaba, ni una defensiva que en nada remitía a la mejor del campeonato, ni una prematura patada corta, resumen de la desesperación y emergencia.

 
Minutos después, cuando Atlanta despertó, los astros tan de Houston se habían girado y ya le daban la espalda. Ahora las recepciones inverosímiles eran de Patriotas (lo de Edelman me remitió a la Inmaculada Recepción de Franco Harris de 1972) y quienes no habían podido, ya podían. Por ello pocos se sorprendieron de ver que el volado del tiempo extra fuera favorable a Nueva Inglaterra: desmantelada esa desventaja, el camino a la corona lucía inevitable, cual dictado de un tajante oráculo.

 
La gran pregunta es cómo se logra una remontada de este calibre, cómo se manejan las emociones, ansiedades, delirios, bloqueos. Y la mejor de las respuestas la dio Bill Belichick, el laureado entrenador de los Patriotas, “trabajando paso a paso”. Añadamos a eso lo dicho por Edelman sobre su milagrosa atrapada, “tienes que creer”.

 
Tom Brady puede caer bien o mal, puede haber perdido más o menos crédito por el escándalo de los ovoides desinflados, incluso por su apoyo a Donald Trump y esa gorra de Make America Great Again en su casillero, pero nadie ha de dudar del sitio que ocupa en este deporte.

 
Suele ser muy complicado enfrentarse con la historia. No sólo en el deporte: atrévanse a comparar a un escritor con Shakespeare, a un músico con Mozart, a un líder político con Churchill. En el duelo con Joe Montana y Terry Bradshaw, Brady ya está por delante en el único parámetro de medición que son esos títulos y que es haber sido el comandante que encabezó el más imponente despertar que el gran partido de la NFL haya visto; un líder cómodo en el desafío y fortalecido por las adversidades, a peor panorama, más talento.

 
¿Imposibles? Acaso por eso existe el deporte, para demostrarnos que nada lo es. Para recordarnos que “paso a paso” y “creyendo”, el obstáculo de pinta insuperable, sólo era más difícil que otros, aunque igualmente accesible.

 
Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.