Meade tiene la capacidad de convocar a amplios sectores de la sociedad, sabiendo que su primer soporte son los priistas comprometidos: Arturo Zamora

Las estadísticas no bastan para entender este amor con tintes de éxtasis místico; ni sus seis temporadas y media en el Nápoles (muchas menos que las de otros patriarcas de club, como Alfredo Di Stéfano en Real Madrid, Pelé en el Santos, Franz Beckenbauer en Bayern, Johan Cruyff en el Ajax, Bobby Charlton en Manchester United), ni los goles ahí anotados (115 que Lionel Messi o Cristiano Ronaldo sobrepasan en un par de años) ni los títulos ahí levantados (cinco trofeos, que incluso otros gigantes del balón han conquistado en una sola campaña).

 

 

Sin embargo, difícilmente se hallará en el planeta futbol –o más allá de él– fervor de tamaña intensidad. Diego Armando Maradona no nació en Nápoles ni se retiró con ese uniforme. De hecho, los napolitanos nunca tuvieron reparos en admitir que el genuino amor del genio estaba en Boca y que en su corazón siempre serían segundos.

 
Como sea, en vano se buscará idilio así. Acaso, sólo remitiéndonos a otros jugadores de atribulada existencia, de frenético ascenso, de tan intempestiva como incomprensible caída. Pienso en George Best y Eric Cantona en el United. Pienso en Garrincha en el Botafogo. Pienso en Orestes Corbatta en Racing o Sócrates en el Corinthians. Todos ellos, idóneos para el viejo ideal del romanticismo: no consumar, para no consumir la flama; relaciones eternizadas gracias a su oportuna interrupción, cuando el fuego hacía arder a esos estadios y gradas cual alcobas y camas.

 
Cada que Maradona vuelve a Nápoles, la ciudad parece vivir un particular jubileo pagano. Esta vez, las pantallas de los autobuses coinciden en la leyenda, Bentornato Diego, las masas se aglomeran a donde sea que el 10 pueda estar, los jóvenes desean tocar lo que el viejo dios del balón haya tocado. En palabras del propio Pelusa, se intuye un credo mantenido por tradición oral: “Los padres transmitieron sus recuerdos de mí a sus hijos. Los niños nunca me vieron jugar, pero hoy se emocionan y lloran para hacerse una foto conmigo”.

 
Imposible entenderlo sin reparar en la división de Italia, en la opresión tan social como futbolística del Norte sobre los demás, en la discriminación de la que eran y son presa los sureños cuando están en el resto del país. Maradona, el más empírico de los sociólogos, lo entendió y supo defender esa bandera; para reivindicar, para enorgullecer, para dignificar, a quienes hasta antes solían vivir con ojos bajos y resignación; cada triunfo era el de toda una región y sus malabares constituían toda una sublevación.

 
Desde la partida de Diego, el Nápoles ha vivido momentos muy extremos, incluso algunos años en Segunda y hasta Tercera División. De cualquier modo, en los últimos tiempos ha conquistado dos Copas y dos subcampeonatos de Liga; es decir, a diferencia de lo que sucedía cuando el crack llegó, hoy le es habitual moverse en la élite.

 
A pesar de ello, nada ni nadie ocupará ese pedestal y no habrá otro jugador al que se agradezca tanto por haber regalado su futbol al club.
Revisar sus estadísticas en Nápoles ayudará en muy poco. Ver algunos de sus videos otorgará mucho goce y parcial entendimiento. Introducirnos en su fenómeno permitirá no sólo comprenderlo, sino, como todos los napolitanos, 30 años después, volver a delirar con él.

 
Twitter/albertolati

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