En tiempos de conflicto y polarización, una coincidencia: ese apellido, de agradable fonética, repetido en dos venezolanos con celebridad internacional; sin vínculo sanguíneo, a Gustavo, director de orquesta, y Rafael, seleccionador de futbol, sólo los ha emparentado esa posibilidad de elevar en el exterior el nombre de su país.

 
Por mucho tiempo, Gustavo Dudamel fue afín al régimen. Dirigía en Viena, en Los Ángeles, ante las principales filarmónicas, y se negaba a criticar algo en lo que creía. Incluso encabezó la música en el funeral de Hugo Chávez, donde se le vio dolido por la pérdida de un líder al que había resultado cercano. Posición que cambió en este 2017: “Levanto mi voz en contra de la violencia y la represión. Nada puede justificar el derramamiento de sangre (…) Hago un llamado urgente al presidente de la República y al gobierno nacional a que se rectifique y escuche la voz del pueblo venezolano. Los tiempos no pueden estar marcados por la sangre de nuestra gente”.

 
Al mismo tiempo, Rafael Dudamel asumía las riendas de la selección venezolana. Ex portero recordado por sus atajadas y hasta por sus goles de tiro libre, aunque mucho más por su personalidad, por varios meses se negó a opinar de política, de Nicolás Maduro, de lo que acontece en las calles de su país.

 
Finalmente, tras calificar a Venezuela a la final del Mundial sub-20, primera vez que la Vinotinto llegó hasta esa instancia en cualquier torneo, hizo un llamado: “Presidente, paremos ya las armas. Esos chicos que salen a la calle lo único que quieren es una Venezuela mejor, la que ría, la que sonría y la que disfrute de la vida. Hoy la alegría nos la ha dado un chico de 17 años y ayer murió uno de 17 años”.

 
Por supuesto que en esta era de post-verdad, en la que nos aislamos al sólo leer lo que coincide con nuestra visión, en la que nos cerramos a perspectivas distintas y por ende a la reflexión, la mayoría de quienes vivimos fuera de Venezuela leímos puros halagos a la declaración del entrenador.

 
No obstante, basta una rápida búsqueda en redes sociales para notar la cantidad de ataques que eso también propició: agente del imperialismo, enemigo de la revolución, manipulador, traicionero de Bolívar, politiquero al servicio del extranjero, fueron algunas de las reacciones que suscitó, al grado de muchos haber celebrado su derrota en la final de este domingo.

 
Revisamos la declaración de Rafael Dudamel y es evidente su cautela: ni derecha ni izquierda, ni ideología ni postura política, ni alusión a socialismo bolivariano ni a presos políticos: sólo petición de paz en un mensaje tan valiente como impecable.

 
Sería absurdo promover la politización del deporte. Lo sería tanto, debo decir, como negarse a que en esos momentos de cohesión e inspiración propiciada por un resultado de futbol, no se intente sanar a una sociedad rota, no se hable en contra de la muerte.

 
Cuando Didier Drogba aprovechó la calificación al Mundial 2006 para pedir paz en Costa de Marfil, no politizó el deporte: ni más ni menos, lo elevó al mayor se sus niveles al haberlo usado para terminar una Guerra Civil.

 
Algo parecido han intentado los dos Dudamel. Uno con su batuta y antecedentes chavistas, el otro con el balón y perfil más bien apolítico, han hablado por lo más importante: que lo que tenga que pasar, que lo que siga en Venezuela, no suceda dejando detrás una estela de sangre.

 
Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.