Las crisis llegan en racimo: justo cuando Donald Tump batalla con el sistema legal estadunidense para prohibir el acceso a refugiados y personas en específico de Sudán (ahí incluye a Sudán del Sur, acaso sin saber que desde hace seis años son dos países distintos), justo cuando vuelven a morir decenas de personas que buscaban atravesar el Mediterráneo en las más endebles embarcaciones (74 fallecidos este martes en las costas de Libia), justo cuando el Cambio Climático se manifiesta con mayor severidad en sequías, justo ahora, Sudán del Sur ha confirmado algo que los más enterados ya presagiaban: una de las mayores hambrunas en épocas contemporáneas.

 

 

Cien mil seres humanos están al borde de perder la vida y otros cinco millones requieren asistencia inmediata, según agencias vinculadas a la ONU.

 
Semanas atrás, en Houston, entrevisté a un adolescente nacido en un campamento de refugiados entre Sudán y Sudán del Sur. “La vida en un campamento de refugiados es muy dura, la gente está hambrienta, no hay qué comer, no hay demasiada libertad. Mucha violencia, hay violencia ahí todos los días, hay gente que está muriendo ahí a diario”, explicaba Khalid Abdulkhalik, frustrado porque al fin un programa le ayudaría a visitar su tierra de origen, opción descartada, considerando que quizá al volver le sería negada la entrada a Estados Unidos.

 
De igual forma, dos destacados basquetbolistas se veían afectados. Luol Deng, el mejor británico que haya pasado por la NBA nació en Sudán del Sur y llegó a Londres como refugiado, así como Thon Maker, quien el día del decreto presidencial jugó en Toronto y desconocía si podría volver a Milwaukee con el resto del equipo de los Bucks.

 
Sudán del Sur entró al concierto del futbol tras haberse independizado. Su selección, como puede esperarse en un contexto de hambruna y Guerra Civil, es demasiado débil, aunque se ha apuntalado con refugiados criados en sitios como Alemania, Estados Unidos, Canadá y Australia.

 
Cuando un par de años atrás se acercaba su primer cotejo de eliminatoria mundialista, los jugadores reiteraron en diversos medios que comenzaba el partido por la unidad y la paz. El mensaje tuvo un interesante eco: una especie de tregua provisional y no pactada se dio mientras los apodados Tigres actuaban.

 
El documental Coach Zoran and his African Tigers, muestra los esfuerzos del serbio Zoran Djordjevic para configurar el primer plantel del nuevo país; sus tentativas para hacer jugar juntos a integrantes de tribus y religiones enfrentadas, para borrar con el balón todo rencor, para formar una selección donde no hay nada más que armas (intercambiadas por petróleo) y hambre.

 
“La muerte se ha convertido en un modo de vida en Sudán del Sur. No somos políticos, somos sólo futbolistas, pero nuestro deporte se ha probado de traer paz a sitios llenos de guerra”, decía quien todo lo dejó por vivir esa aventura.

 
Reflejo de una crisis indescriptible, Sudán del Sur ha encendido las alarmas demasiado tarde: la mitad de su población luce hoy condenada a muerte; la otra mitad se ocupa en buscar huir o en continuar la guerra.

 
Twitter/albertolati

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