El vínculo con el origen del deporte regulado, el hilo que nos lleva hasta el punto fundacional del futbol moderno, se esconde en esa palabra francesa adoptada por la mayoría de los idiomas: amateur, el que hace algo por mero amor, el que no exige un pago para cumplir con cierta tarea, diferenciándola de su genuino oficio.

 

 

Concepto, enaltecido por el semiprofesional Lincoln City clasificado a cuartos de final de la FA Cup inglesa, que nos traslada hasta el personaje que creó este torneo en 1871: Charles W. Alcock, quien hizo de todo y al mismo tiempo: periodista, entrenador, árbitro, jugador, directivo, visionario. Dos hitos fueron marcados por él desde la calle Ludgate Hill, en la redacción del diario The Sportsman para el que escribía. Por un lado, haber gestado y organizado el primer partido entre selecciones de la historia, cuando se enfrentaron Inglaterra y Escocia (al estar lesionado, Alcock participó como juez, años en los que bastaba con sentarse afuera de la cancha y dirimir diferencias de opinión entre los gentlemen de los dos equipos); por otro, haber ideado y parido el primer torneo internacional de futbol, la FA Cup, que siglo y medio después persiste (cosa curiosa: el propio C.W. Alcock fue el primero que recibió el trofeo, como capitán del campeón).

 
Me remito a este individuo del Londres victoriano porque en lo más alto de su ideario estaba el amateurismo, pero también sus afanes de inclusión: integrar en un certamen a equipos de cada confín de esas islas, unir a toda una nación a través de una copa en la que todos los clubes pudieran enfrentarse bajo reglas idénticas, asociar a todos los futbolistas del país en la misma competencia.

 
Alcock estuvo cerca de vivir para ver la gran proeza del Queens Park Rangers en 1914, el último cuadro ajeno a las divisiones profesionales del futbol inglés que se había metido entre los ocho primeros, la última oncena aficionada que había desafiado hasta esa ronda a los pros. Como sea, su anhelo era ese: que sin importar su ubicación o nivel, todos quienes jugaran futbol pudieran encontrarse en la cancha, lo que derivó en una copa que hoy inscribe a 736 entidades.

 
El Lincoln City actúa en quinta división y entre sus jugadores hay obreros, peluqueros, estudiantes, además de que su director técnico fue hasta hace unos meses maestro de educación física en un colegio.

 
Basta con ver la imagen del festejo de su gol, para dimensionar: muchachos delgados o con abdómenes menos trabajados, producto del que no puede dedicar todo su tiempo al deporte, producto del que no ha sido tan afortunado para vivir a perpetuidad de patear el balón.

 
La población total de esta localidad cabría sentada en Wembley, casa de la final de la FA Cup. Por lo pronto, su rival en la siguiente ronda saldrá de entre un gigante, el Arsenal, u otro integrante de esa quinta categoría, el Sutton United, evidente favorito de todos los neutrales.

 
¿Dos amateurs en cuartos de final? ¿¡Uno en semifinales!? Luce muy difícil para el Sutton, pero convertiría ese partido en uno de los más especiales en los 146 años de historia del torneo más antiguo del futbol. Tal como C.W. Alcock soñó, tal como ese intelectual-futbolista de bigote decimonónico, siempre hubiese querido.

 
Twitter/albertolati

 

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