Todavía no caía el gol de Andrés Iniesta en la final del Soccer City y Sudáfrica ya había clamado su voluntad de albergar unos Juegos Olímpicos. Como si tanto le hubiera redituado ese Mundial (luego sabríamos: su deuda externa casi se duplicó de 2009 a 2013), sus autoridades enfatizaban la urgencia de recibir cuanto antes el fuego de Olimpia.

 

 

Pero un poco de contexto; eran los años BRICS del planeta deporte: China, Sudáfrica, Brasil, Rusia, acaparaban los grandes eventos deportivos y apenas soltaban algo como el 2012 de Londres; India apretaba en FIFA para tener el Mundial sub-20 de 2017 y, a punto de inaugurar los Juegos de la Commonwealth de ese mismo 2010, movía sus tentáculos para que Delhi fuera sede olímpica en 2024.
Por el dinero, esos países no se preocupaban; no, mientras que China siguiera comprándoles todo lo que les compraba e invirtiendo en sus economías todo lo que invertía, a cambio de una rápida, voraz, incontenible consolidación geopolítica.
Al tiempo, Estados Unidos continuaba padeciendo los letales efectos de la crisis de 2008 y la Unión Europea se adentraba en un desastre económico que la golpearía por cada franco. Bien se jactaba Lula da Silva, el tsunami estadounidense para su Brasil sólo sería una marolinha, una olita.
Durban estaría en las listas previas de sedes tanto para los Juegos de 2020 como de 2024, aunque nunca con genuinas posibilidades, como Ciudad del Cabo, con Nelson Mandela a la cabeza, tampoco las tuvo cuando pretendió ganar a Atenas el regreso del fuego en 2004. Eso sí, Durban tendría un premio de consolación que, a su vez, serviría como experimento preolímpico: los Juegos de la Commonwealth de 2022, esa celebración que agrupa a atletas de más de 70 países, antiguos territorios y colonias británicos.
Fue una gran noticia para el continente africano, que nunca había tenido esa justa multideportiva. Sudáfrica anunciaba (o se pretendía engañar) que ganaría unos 1,500 millones de dólares por ser anfitrión. Por entonces, el presidente Jacob Zuma disfrazaba el fiasco económico del Mundial 2010: “Los beneficios sociales no tienen precio. Ha habido unidad, patriotismo y solidaridad a niveles nunca antes vistos”, pero se popularizaba entre sus jóvenes una versión alterna del himno del torneo, Wavin´ Flag: When they are older, our children might wonder, why we sold out, in the name of the FIFA flag (…) I heard them say “World Cup is the way”, but what about after? How long will we pay? (“Cuando sean grandes, nuestros niños quizá se pregunten, por qué nos vendimos, en el nombre de la bandera de la FIFA (…) Los escuché decir, “el Mundial es la manera”, pero ¿qué después de eso? ¿Cuánto tiempo pagaremos?”).
Hoy, la misma Sudáfrica que pujaba por ser olímpica, ha declarado que difícilmente cumplirá con su compromiso de albergar los Commonwealth Games. Su Ministro del Deporte, Fikile Mbalula, admitió: “Hicimos nuestro mejor intento, pero no podemos ir más adelante. Si el país dice que no tenemos ese dinero, no podemos”.
Liverpool aparece como sede emergente y África deberá esperar. ¿Cuánto? Quizá no tanto para este evento, pero queda claro que muchísimo para tener en su continente unos Olímpicos; esos Juegos que se daban por hecho antes de que el gol de Iniesta cerrara con el primer Mundial africano.
Twitter/albertolati

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