En el intrincado enjambre de preocupaciones de este miércoles, no podían resultar prioritarios dos megaeventos deportivos a realizarse en ocho y 10 años.

 

Sin embargo, también es tema: Donald Trump ha ganado la Presidencia de Estados Unidos para un cuatrienio en el que su país buscará las sedes de los Juegos Olímpicos 2024 (en septiembre próximo, Los Ángeles contenderá con París y Budapest) y la Copa del Mundo 2026 (anfitrión a ser asignado en mayo de 2020).

 

¿Cómo quedan las aspiraciones estadunidenses? Dado el perfil y los antecedentes de Trump, resultaría esperable que abrazara con fuerza esas candidaturas: ser centro del banquete deportivo embona como pocas cosas con el eslogan “Make America great again” –hegemonía mundial, patrioterismo desde las medallas, acaparar reflectores, exhibir músculo.

 

Apenas en agosto, durante Río 2016, el alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, se refería a esa eventualidad de la siguiente forma: “Algunos de los miembros del COI me dicen ‘espera un segundo, ¿podemos ir a un país en esas condiciones, en donde hemos escuchado cosas que nos suenan a ofensas?

 

Garcetti, como los apoyos más importantes de la candidatura angelina (incluso el titular del comité, Casey Wasserman), es demasiado cercano a Hillary Clinton, con quien incluso ya existía todo un plan de proyección para su ciudad sede.

 

A pocos días de ser presentadas formalmente las tres aspirantes, Los Ángeles tendrá que modificar todo su enfoque, sabedora además de que París hurgará en esa herida y se presentará como opción tolerante, multicultural, abierta, progresista. El problema californiano es claro: ¿cómo atraer votos de países que han sido blanco de los dardos del ahora Presidente electo? Sean musulmanes, latinoamericanos, africanos, asiáticos, mujeres, personas progresistas en general; consideremos que para 2012, París perdió votos por muchísimo menos: Jacques Chirac, al alardear sobre la cocina francesa aseguró que la única peor que la inglesa es la de Finlandia; y los escandinavos del COI se lo cobraron, prefiriendo a Londres.

 

Cuando en plena inauguración de Río 2016, Thomas Bach protestó contra el egoísmo de algunos políticos y sus delirios de superioridad, muchos lo relacionaron con el discurso de Trump; al tiempo que el magnate es enemigo del concepto de los refugiados (su hijo Eric inclusive se refería a ellos como veneno), Bach ha sido primordial promotor de su inclusión a través del primer equipo de refugiados en unos Olímpicos.

 

Mi pronóstico es que París ganará con tranquilidad a Los Ángeles, si consigue eludir dos sensibles factores: más incidentes de terrorismo y una posible elección de la extremista Marine Le Pen en los comicios de abril de 2017 (posibilidad que a este paso nadie se atreve a minimizar; la misma Le Pen que se apuró a felicitar al “pueblo americano, libre”).

 

Ya después vendrá la disputa del Mundial 2026 que, hasta antes del martes, Estados Unidos veía garantizado, asunto que no creo que cambie, dado el tipo de voto de la FIFA.

 

Bajo este espectro de muros y verborrea, sí parece absurdo pensar en que México lo comparta con ellos, lo que lanza a Canadá como posible coanfitrión.

 

¿Mundial y Olímpicos en Trumplandia? No sería, ni por mucho, la primera vez en países cuyos políticos hayan llegado al poder a través del odio, la paranoia, la descalificación y la promesa de retorno a ese pasado mejor.

 

Twitter/albertolati

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