Una de las mayores prioridades del Comité Olímpico Internacional y de su ideario que es la Carta Olímpica, es mantenerse ajenos a la política, inmiscuirse lo menos posible en cuestiones gubernamentales, no volver a una época en la que todo fue visto a través del prisma de los mandatarios y ejes de poder…, voluntad que, bien saben, vive destinada al fracaso.

 

Recuerdo una entrevista que hice a Juan Antonio Samaranch unos meses antes de que falleciera. El histórico ex presidente del COI me explicaba que a principios de los años 80, justo cuando asumió la silla central del organismo, hubo fuertes tentativas de la ONU para controlar al movimiento olímpico; con la Guerra Fría trasladada de lleno al deporte y los boicots convertidos en rutina (en Montreal 76, de países africanos; en Moscú 80, de capitalistas; en Los Ángeles 84, de comunistas), ese evento se había convertido en una especie de amenaza, sino para la paz, al menos para la estabilidad mundial.

 

COI

 

El propio Samaranch reconocía que ser apolíticos encerraba muchas trampas, aunque enfatizaba (como no podía hacerlo de otra forma) que se hacía lo mejor que se podía.

 

La Carta Olímpica estipula como una condición básica para admitir a un nuevo miembro, el previo reconocimiento del mismo como entidad independiente por parte de la ONU. El problema viene cuando algunos países se atoran dilatadamente en los trámites y votaciones de Naciones Unidas.

 

Kosovo, todavía con presencia de miles de cascos azules de la ONU, está reconocido como entidad soberana por 108 de 193 miembros de la ONU, aunque no así por dos miembros de su Consejo de Seguridad como China y Rusia.

 

Lo anterior ha bastado para que este miércoles el COI tome una decisión polémica y que levantará numerosas ampollas: dar el reconocimiento provisional al Comité Olímpico de Kosovo, cuyos atletas empezarán ya a buscar su clasificación para los Olímpicos de Río de Janeiro 2016.

 

El principal afectado es Serbia, que hasta hace unos años tenía jurisdicción sobre ese territorio, al que sigue considerando como parte indispensable de su patria, historia y cultura.

 

El anuncio viene además precedido por una elevada tensión desatada en pleno evento deportivo. Una semana atrás, en el cotejo eliminatorio para la Eurocopa 2016 entre Serbia y Albania, se generó una crisis cuando un dron descendió en el estadio de Belgrado portando una bandera de la denominada Gran Albania (con un mapa que incluye todos los territorios reclamados por los albanos, incluidos algunos que pertenecen a Serbia y a la propia Kosovo, habitada en su mayoría por descendientes de albaneses).

 

La antigua yugoslava desde hoy está repartida olímpicamente entre siete comités olímpicos: el serbio, el croata, el esloveno, el macedonio, el montenegrino y el bosnio, además del kosovar.

 

Los últimos Comités Olímpicos en incorporar habían sido Montenegro y la isla de Tuvalu. Se esperaba que antes del ingreso de Kosovo, se diera el de Sudán del Sur, cuyos atletas desfilaron en Londres 2012 con la bandera olímpica y no con la de su país.

 

Al tiempo, Palestina es el único estado observador de ONU con reconocimiento olímpico, mientras que otras dos entidades que ni son observadoras en ONU ni tienen reconocimiento oficial, sí compiten en Olímpicos: Islas Cook y Taipei. Al margen de ellos, nueve naciones estrictamente deportivas son miembros del COI, como Puerto Rico, Bermuda, Hong Kong y Aruba.

 

Entonces Kosovo se ha adelantado a Gibraltar, Macao, Chipre del Norte e, incluso, a Cataluña, que ha manifestado su voluntad de competir independientemente (y que buscará aprovechar este precedente en próximas asambleas).

 

En materia futbolística, Kosovo sólo puede disputar encuentros amistosos y sus potenciales seleccionados han sido mundialistas con otras selecciones, como Adnan Januzaj con Bélgica, o Xherdan Shakiri y Valon Behrami con Suiza.

 

Tema muy difícil, escondido detrás de la imposible prioridad del COI de ser apolítico.

 

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