Choques con policías, saqueos, lanzamiento de proyectiles, violaciones a cuanta regla sea posible en el país al que se llegó, agresiones a civiles, destrozos y trifulcas, proclamas de odio y racismo, estupidez disfrazada de nacionalismo…, sólo otro día de Champions para los ultras del club Legua de Varsovia.

 

Desde que se supo que este club polaco estaría en la Liga de Campeones de Europa tras un par de décadas de ausencia, hubo que resignarse a lo peor. Y lo peor, en sus hábitos de apoyo a su equipo, son esos excesos.

 

Ya en la jornada inicial, al recibir al Borussia Dortmund, decidieron aprovechar los reflectores internacionales para recordar al mundo su barbarie; una invasión hacia la grada en la que estaban aislados los seguidores alemanes, con gas pimienta incluido. Nada de que sorprenderse dado su historial: abusos contra jugadores negros, suásticas, reivindicaciones políticas según el rival: alguna vez frente a sinodales albanos, que Kosovo es Serbia; otras más, que determinadas localidades lituanas, ucranianas o bielorrusas que pertenecieron a Polonia, siguen siendo polacas; cuando el contendiente era israelí, una pancarta de Jihad Legia y alusiones en tono de burla al Holocausto.

 

Pero, ¿quiénes son? El Legia de Varsovia fue durante el período comunista, el club del ejército. Una vez caído el Muro de Berlín, apuró su transición hasta encarnar una postura de extrema derecha, fortalecida por la inclusión de muchos ex militares, decepcionados por el devenir de lo que antes defendieron o pensaron que defendían. “Primero muerto que rojo”, claman retomando la frase del propagandismo nazi, lo mismo que el canto “Legia o muerte” cada que perpetran otra destrucción, como un año atrás al incendiar un coche en Nápoles.

 

Ahora fue en Madrid, pero, ya se sabe, a donde su equipo juegue, habrá desmanes dentro y fuera del estadio. ¿Cómo controlarlos? Imposible, si se continúan distribuyendo miles de boletos entre su masa social, como aconteció para este martes.

 

Tras una Eurocopa 2016 en la que se comprobó la vigencia de numerosos y muy politizados grupos ultras (casi todos de Europa Oriental, elocuente aviso rumbo a Rusia 2018), el Legia reúne hoy lo peor de diversas generaciones de hooligans: como los pioneros ingleses, propician el choque contra la autoridad y gozan del pleito casi por deporte o alternativa al ocio; como otras generaciones en España, Holanda o Italia, van cargados de extremismos y discriminación contra toda minoría, sea religiosa o étnica; como los radicales que emergieron del lado este de la vieja Cortina de Hierro, están altamente politizados y de ellos sacan provecho diversos políticos de extrema derecha, así como campañas en contra del inmigrante y por una Europa blanca.

 

Esta vez fue en Madrid, simplemente porque ahí les tocó jugar; próximamente, a donde vayan: con pasamontañas, con suásticas, con desmanes, con el pleito que nunca faltará contra quien aparezca.

 

Sus jugadores cerraron el partido aplaudiendo a la grada. Mensaje obvio: quién no tendría pavor a tan siniestros aficionados. Doce años atrás –porque esta impunidad con pretexto de balón no tiene nada de nueva– perdieron la final de copa ante el Lech Poznan; terminado el partido, atacaron a los jugadores campeones hasta robarles las medallas. Uno de los futbolistas agredidos fue transferido al cabo de unos meses precisamente al Legia; ahí, intentó conciliar y dar un mensaje de paz; diez jornadas después, estaban fuera.

 

Y es que, en su brutalidad y discurso fanático, son algo más que los dueños de esa institución.

 

Twitter/albertolati

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