Peter Pan bien pudo elegir ser futbolista. Tan efectivo como escaparse de la adultez en el país del Nunca Jamás, hubiese sido hacerlo pateando con éxito el balón: ver los días pasar con pantalón corto, ser pagado por jugar, abrazarse a cada gol como si de un recreo en primaria se tratara, aclamaciones y millones dignos de los sueños de todo niño, infinidad de tiempo libre, las gracias festejadas como a un crío, la vida convertida en fantasía.

 

 

Ante eso, Gerard Piqué me contaba en alguna entrevista sobre la necesidad que tienen los jugadores de salir de esa burbuja e insertarse en su contexto social, para así entender lo que sucede más allá de las líneas de banda.

 
Sin embargo, si ser deportista profesional es lo más cercano que existe a una eterna niñez, hay un momento en el que esos muchachos elegidos y enriquecidos, glamurosos y afortunados, tienen que madurar: cuando una larga lesión les impide jugar.
Las rehabilitaciones son descritas como desquiciantes: mayor esfuerzo, más horas de sacrificio, severas cargas físicas, soportar dolor, pérdida de confianza, la soledad del que se aleja del grupo, padecer impotencia ante lo que pasa en la cancha y, sobre todo, olvidarse de la más lúdica de las criaturas que es la pelota.

 
Gareth Bale se olvidó por unos meses de las bendiciones que el futbol actual supone. En un calendario que obliga a jugar dos cotejos por semana, son cada vez menos los aburridos entrenamientos y el año se diluye en permanentes viajes, estadios, compromisos.

 
Cuentan que al leer un artículo periodístico que posponía su retorno hasta abril, decidió guardar el recorte y pegarlo, al estilo Rocky Balboa, donde a diario pudiera verlo. Su meta era volver muchísimo antes y la alcanzó. No conforme con eso, a unos minutos de reaparecer, consiguió anotar un espléndido gol. Todo pasa, pareció pensar el galés, hasta el dolor, el exilio y la desesperación.

 
Son muchísimos los jugadores que nunca consiguieron rehabilitarse del todo. Los médicos coincidían en que el músculo, el ligamento, la articulación, estaban intactos, pero algo se había roto en su mente. Pienso en Ronaldo Nazario, renuente a flexionar al límite las rodillas a raíz de su traumática fractura a poco de regresar. Pienso en Marco van Basten, desconfiado a perpetuidad tras un buen período de baja. Pienso en Radamel Falcao, al fin saliendo de ese trance.

 
Bale gritó su gol del sábado, como el niño que por unos meses se vio obligado a dejar de ser. De vuelta en un partido oficial, volvió también a ese estado fantasioso y tan inentendible para todos quienes no tuvieron el talento (o la disciplina, o las condiciones, o el toque de los astros) para ser futbolistas: Gareth volvió a esa sucursal del país del Nunca Jamás, que es el futbol.

 
Twitter/albertolati

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