Tendrá que llegar un momento en el que nuestros futbolistas reciban otro tipo de oportunidades y confianza en Europa.

 

Todavía nos cuesta creer que Miguel Layún, mundialista y ex capitán del América, haya emigrado a un club de segunda división. Sin embargo es aun menos comprensible el que la mayor parte del medio futbolístico nacional (incluido el seleccionador, Miguel Herrera), se mostrara tan contraria a la decisión de Layún de incorporar al Watford; fuimos cortos de miras, hoy debemos admitirlo, que el sueño europeo no es inmediato y sin escalas para todos.

 

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El tiempo empieza a dar la razón al cordobés. En Inglaterra luce más jugador, exhibe mayor potencia, crece a cada partido y confirma que cuando llegue su momento de brincar a la Liga Premier (o cualquier otro máximo circuito del continente) será con sólidos cimientos.

 

Su impacto es tan relevante que desde que se integró al plantel se ha visto la mejor racha del equipo. Hoy los apodados Hornets se encuentran en perfecta disposición para ascender a la Premier League, lo que no han conseguido más que dos veces en los últimos veinte años (en ambos casos, volviendo a descender de inmediato). Es un equipo de tan dilatada historia como modestos logros al que el carismático y entregado Layún ha sabido ganarse de inmediato.

 

Esto nos lleva a analizar lo que pasa con cada uno de nuestros representantes en el balompié europeo. Asentados en una de las grandes ligas, Carlos Vela, los hermanos Dos Santos, Héctor Moreno, Rafael Márquez y Javier Aquino. Consistentes en algún certamen de menor rango, Héctor Herrera en Portugal, el propio Layún en el llamado Championship, así como Andrés Guardado y Jesús Corona en Holanda. Luego están Memo Ochoa, Javier Hernández, Raúl Jiménez y Diego Reyes, desafortunadamente de muy escasos minutos.

 

Por mucho que se desarrolle nuestro futbol e incremente nuestra generación de talentos, debemos admitir lo lejos que estamos de argentinos y brasileños, cada uno con la exportación de más de mil jugadores de diferentes niveles.

 

De los casos arriba señalados, el más incomprensible es el de Guillermo Ochoa, quien tras un gran Mundial tenía que haber encontrado garantías de titularidad en algún sitio relevante. El ex americanista ya había picado piedra en el Ajaccio y daba claras señas de estar listo para el mayor de sus retos.

 

Caso diferente es el de Javier Hernández quien asumió un desafío irrechazable para la mayoría, siendo imposible decirle que no al Madrid, aun bajo riesgo de que pasara lo que pasó. Lo que perjudicó al tapatío fue, sobre todo, que Carlo Ancelotti se aferrara como nunca a once elegidos y descartara rotaciones o dosificaciones; en cierto punto de la temporada parecía que las cosas le irían mucho mejor; luego vino algún fallo contra Ludogorets, cierta ansiedad y el casi total rezago al banquillo. Su situación hoy en el Madrid es todavía más complicada en relación a como era en su último año en el United.

 

Nos engañaremos si decimos que esta historia ya cambió. El futbol mexicano debe de seguir trabajando para modificarla. Ha mejorado, sin duda, pero falta un larguísimo camino hasta que nuestros jugadores logren entrar a Europa con total confianza y estén para los cuadros más importantes. Mientras tanto, Layún enseña una vía: menos glamurosa, pero ciertamente eficaz.

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