No es que el más grande esté de regreso; es que nunca se ha ido.

 

Palabras, las anteriores, que compartí en este espacio un año atrás, cuando por enésima ocasión se buscaba jubilación para Roger Federer, a lo que respondía con otro renacer.

 

Desde entonces, se le volvió a suplicar por las buenas y las malas que se retirara, que hiciera espacio para otras generaciones, que no “arrastrara” (ojo a las comillas, pues con él, ese verbo no lo utilizaría yo) su reinado. Y desde entonces, ha vuelto también a validar esa premisa: que ninguna necesidad tiene de regresar, quien jamás se ha ido.

 

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Con 33 años recién cumplidos, obtuvo en Cincinnati su título número ochenta, y no sólo eso: se confirmó como máximo aspirante a conquistar el Abierto Estadunidense que arrancará a fin de mes. ¿Es posible soñar con su decimoctavo Grand Slam y sexto US Open, lo que le convertiría en máximo ganador histórico de este certamen? Tras lo demostrado en Cincinnati, sí.

 

Mientras que el común de sus colegas padece para mantenerse en forma y potencia más allá de los 25 años, Federer va rumbo a los 35 en estado de gracia. Su némesis, Rafael Nadal, cinco años menor, ha sufrido mucho desde 2012 para ser constante; cuando las lesiones se lo han permitido, ha vuelto a dictar cátedra y engrosar su palmarés, aunque nuevos problemas físicos lo tienen fuera del US Open y a tres Grand Slams del récord que ostenta el raquetista helvético.

 

Un buen artículo del Guardian se refería a las quejas habituales de sus colegas: si la calidad del alojamiento, si los problemas logísticos, si el transporte compartido, si la falta de canchas para entrenar, algo no exteriorizado por el más grande. Sin excusas, sin dimes ni diretes, Federer va por el circuito concentrado en jugar y en convivir con sus dos pares de mellizos.

 

Precisamente un par de años atrás, en su calidad de titular del consejo de tenistas, fue severamente criticado por Nadal: “estoy en desacuerdo con él. Es muy fácil decir yo no digo nada, todo es positivo y quedo como un gentleman, y que se quemen los demás. La vasta mayoría de los jugadores tiene esta misma opinión y Federer una distinta, y si una vasta mayoría tiene la misma opinión y una minoría piensa diferente, quizá esta última está equivocada.

 

Igual él acaba su carrera como una rosa porque tiene un físico privilegiado, pero ni Murrray, ni Djokovic, ni yo acabaremos como rositas. ¿A qué edad vamos a acabar nosotros en el tenis? ¿A los 28, 29 ó 30? Luego te queda mucha vida por delante y es importante también cómo estés físicamente, ahora tengo miedo de que entonces no podré ir a jugar con mis amigos al futbol o a esquiar. Terminar tu carrera con dolor en todos los sitios del cuerpo no es positivo”.

 

Federer eludió la polémica y se limitó a reiterar que no habría boicot de los tenistas a la gira, tal como a la postre aconteció. Sin embargo, las palabras de Nadal han cobrado mayor sentido cada que se ha lesionado: el ritmo y la longevidad de Roger resulta imposible para cualquier mortal…, e incluso para casi todos los inmortales.

 

Con 33 años llegará a pelear por un nuevo Grand Slam, siendo quien más victorias ha acumulado en este 2014. Sólo dos jugadores han logrado coronarse en uno de los cuatro grandes torneos teniendo mayor edad: Andrés Gimeno (con 34 años, el Roland Garros de 1974) y Ken Rosewall (cuatro títulos entre los 33 y los 37).

 

Nadie discute que eran otras épocas con un menor desgaste físico. Sin embargo, nadie discute tampoco que Roger Federer es diferente a cualquiera que antes haya existido. El mismo que no ha regresado porque nunca se ha ido. El mismo que responde a sugerencias de jubilación con absoluta vigencia de su irrepetible capacidad. El mismo que nació para hacer arte con una raqueta, como Baryshnikov con el baile, como Picasso con el color, como Neruda con las letras.

 

 

 

 

 

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