No han pasado ni tres semanas desde que se entonara un réquiem por el modelo barcelonista: fin de era, fue hermoso mientras duró, el ocaso de un imperio, nadie vive feliz por siempre fuera de Hollywood.

 

 

Puestos a buscar ciclos, todo cuadraba lastimeramente: en París, pero en Saint Denis, los blaugranas conquistaron su primera Champions League de esta etapa (mayo, 2006); en París, pero en el Parque de los Príncipes, el cierre de tan estética hegemonía con la goleada a manos del PSG (febrero, 2017). Oscar Wilde planteaba que cuando los buenos estadunidenses mueren, van a París, tradición que el esperpento futbolístico del Barcelona lució empecinado en seguir aquel día de San Valentín.

 
Cinco días después, los catalanes más pesimistas –especie de pleonasmo, muchísimo decir– tenían modo de pasar por realistas, con una misa de cuerpo presente en el Camp Nou: sólo un discutido penalti de último minuto privó al Barça más ruin de ceder puntos en casa ante el Leganés; luto y resignación, sepultura o cremación, el final estaba ahí.

 
Por entonces y con esas ruinas, parecía ilógico remontar cuatro goles al Saint-Germain, pero en esta historia, en este antagonismo digno de las vidas paralelas narradas por Plutarco, es absurdo aislar a un sujeto de aquel con quien sostiene una gran rivalidad.

 
Momentos en los que el Real Madrid pastaba en la más tranquila de las praderas. Buena ventaja ante el Nápoles en la ida de la Champions, un punto más que los blaugranas incluso con dos partidos pendientes, el regreso de Gareth Bale con un inmediato gol a su atronador estilo, la serena sonrisa de Zidane como respuesta a la minada relación de Luis Enrique con todo quien se le acercara.

 
Increíble sospechar las vueltas que daría el destino en tan pocos días, que en términos emocionales se cuentan como un par de años. Tanto, que este domingo amanecimos viendo a la alarmada prensa madrileña con estadísticas y encuestas que calificaban como inviable aferrarse a la delantera BBC (Bale, Benzema, Cristiano) y sorprendidos con la catalana que está convencida de revertir la deuda contraída en París.

 
El título de liga que el Madrid ganaría en piloto automático, hoy sólo será derrotando al Barcelona cuando se enfrenten y alcanzando el mejor de sus futboles, ya con o sin BBC. La hecatombe con que se iría Luis Enrique, al que hasta simpático se ve desde que anunció su salida, todavía puede tornar en marcha triunfal de despedida.

 
No es nuevo que las alegrías de uno se conviertan en pesares para el otro. No es nuevo que la fe en un campo sea directamente proporcional al nihilismo en el opuesto.

 
¿Quién para campeón de España? Tan difícil responderlo, como que al abrir esta semana de Champions, tampoco puede darse por hecho que el Madrid sobreviva a Nápoles, ni que el Barça quede fuera frente al París.

 
Eso sí, cuanto bueno o malo pase en una trinchera tendrá su espejo inverso en la otra.

 
Twitter/albertolati

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