Juan Martín del Potro cerró el año pasado en la posición 590 de la ATP y hace apenas unos meses cayó hasta el lugar 1042.

 

Estrella que empezaba a contemplarse como fugaz o pasada. Ganador de Grand Slam (nada menos que con veinte años y ante la mejor versión de Roger Federer) que muy pronto se había acostumbrado a deambular por las zonas mediocres del entorno tenístico. Personaje poco querido o valorado en su país, Argentina.

 

Río 2016 iba a comenzar y el sorteo determinó que este gigante abriera ante el entonces primer clasificado, Novak Djokovic. Ni el más optimista de sus seguidores le concedía esperanza: su paso por esos Olímpicos sería casi testimonial y después a seguir trabajando para recuperar algo de su juego, tan debilitado por las lesiones.

 

De entonces a la fecha, han pasado escasos tres meses, que bien parecieran tres años: plata en Río tras habernos regalado algunos de los momentos más conmovedores de aquellos Juegos (por ejemplo, la semifinal contra Nadal o la final frente a Murray cuando exclamó hacia la grada “ya no puedo”), su primer título en tres años luego de coronarse en Estocolmo, el duelazo en Copa Davis ante el propio Murray (más de cinco horas le tomó consumar esa revancha) y, finalmente, el triunfo de este domingo para dar a Argentina la primera Davis en su historia (nuevo drama: con un dedo fracturado a mitad de partido).

 

Si el tenis ha tenido una cara épica en este 2016, ha sido sin duda en Delpo, increíblemente el tenista al que sus compatriotas solían llamar “pecho frío” y juzgar como poco comprometido con la patria. ¿Y todo por qué? Porque en algún momento renunció a disputar la Copa Davis para centrarse en los certámenes del calendario ATP –algo habitual en todos los tenistas del circuito: de Federer a Nadal, pasando por la abrumadora mayoría.

 

Del Potro podrá ser calificado de muchas maneras, pero la única no válida es la de ser frío; su entrega en los últimos meses, su esfuerzo para jugar con el cuerpo entumecido de dolor y con una condición física poco apta para ese nivel de exigencia, su derroche y hambre de volver a ser, han sido estremecedores.

 

En el pasado habrá tenido años mucho más exitosos, pero si por una temporada de hay que recordarlo, es por la actual; antes ganó partidos y campeonatos; en este 2016, conquistó algo más complicado: el más genuino apoyo de los neutrales, el más alto reconocimiento de la afición.

 

Una Copa Davis para enmarcar este cuatrimestre mágico. Una Copa Davis como mensaje a todos quienes se conforman con vivir del pasado, a todos quienes se escudan en lesiones, a todos quienes viven tan cómodos en la excusa. Una Copa Davis para el país que, no tanto tiempo atrás, lo desdeñó y osó llamarlo falto de compromiso; ese mismo país al que ha dado dos medallas olímpicas y ahora el campeonato mundial.

 

Donde la mayoría claudica, Del Potro lucha. Donde la mayoría se retira, Del Potro crece. Donde la mayoría se queja, Del Potro aprieta la mandíbula y continúa hacia adelante. Ese mismo muchacho que por ahí de febrero estaba clasificado por debajo del escalafón mil y parecía haber terminado en definitiva los días felices de una fugaz carrera.

 

Twitter/albertolati

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