Heredero de una cultura monárquica, el futbol británico ha basado sus equipos de leyenda en auténticas dinastías, siempre con una especie de patriarca o longevo rey por delante.

 

Quizá el ejemplo más claro sea el Liverpool, cuyos cuatro directores técnicos medulares están profundamente vinculados: el primero, Bill Shankly, tuvo como asistentes al segundo y tercero, Bob Paisley y Joe Fagan, y como jugador emblema al cuarto, Kenny Dalglish. Con esos cuatro nombres se puede escribir buena parte de la historia de la institución red.

 

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Por ello también hacía sentido que Sir Alex Ferguson planteara siempre como referencia a Matt Busby: entre los dos dirigieron al Manchester United más de medio siglo y lo guiaron a más de 90% de sus títulos.

 

Algo similar necesita establecerse con el Arsenal que ha tenido en su banca a dos de los personajes con mayor nivel de impacto en las rutinas del futbol inglés: primero Herbert Champan, a quien debemos de atribuir mucho de la evolución física, táctica y práctica de este deporte, inclusive con la instauración de números en las casacas; segundo, Arsene Wenger, quien cambió para siempre la manera de plantear nociones como la nutrición, la detección de talentos y la psicología de un plantel.

 

Salvo muy específicas excepciones (por ejemplo, el Milán tanto de Arrigo Sacchi como de Fabio Capello, o el Barcelona de Johan Cruyff, del que desciende claramente  el de Pep Guardiola), en el resto del futbol europeo no hemos tenido tal suerte de dinastías o tan duraderos mandos.

 

Los únicos personajes que engloban esa dimensión histórica en la Premier League actual son José Mourinho y Arsene Wenger, quienes llegaron a su partido de este fin de semana con un dilatado historial de descalificaciones, burlas, connatos en la zona de bancas, acusaciones y una reciente renuncia a estrecharse la mano.

 

El sábado, todo comenzó con un ágil movimiento del portugués para saludar al francés antes de que se escabullera, aunque al final del partido el duelo quedó encarnizado. Mou clamó: “He jugador contra el Arsenal 12, 15, 18 veces, y (Wenger) no se quejó una sola vez. Fue el único día en que nos ganaron el partido”. A eso añadió un histriónico mensaje a quienes apoyaban al Arsenal, pidiéndoles que sonrían y se pongan un cierre en la boca.

 

Mourinho vs Wenger, como en su momento Wenger vs Ferguson (un comentario de David Beckham sobre las derrotas de Alex ante Arsene propició el episodio del zapato pateado por el DT que impactó en la ceja del jugador) o muchísimas décadas atrás Shankly vs Busby (mucho más caballerosa relación), han involucrado cultos al personaje-entrenador que redefinieron el rumbo del club y su esencia, su manera de percibirse y su relación con el entorno; fuera del contexto británico, el único caso similar fue el Guardiola vs Mourinho de años atrás en España.

 

Para bien y para mal, individuos como ello terminan por modelar las rivalidades, por actualizarlas, por atizar su fuego.

 

Algo difícilmente entendible en la Europa continental, donde el futbol se entiende como asunto de demasiados elementos que tarde o temprano suelen cambiar de bando; algo propio de ese futbol de dinastías y reyes: traiciones y treguas, alianzas y ataques, reconciliaciones y rupturas.

 

Si la imagen inolvidable del anterior Arsenal-Chelsea fue Wenger negando el saludo a Mou, la de éste ha sido que se apretaran la mano y luego volvieran a su habitual discordia.

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