Imaginemos el apasionante duelo estratégico entre dos DT-Cyborgs; cada cual disponiendo de su oncena de jugadores-cyborgs, con capacidades, roles, soluciones, recursos, talentos, perfectamente delineados para suprimir las fortalezas del rival y llegar a la victoria. Especie de video-juego, ejercicio de metarrealidad, gradas orgullosas por ver en la cima a sus equipos-cyborgs y niveles de excelencia futbolística jamás sospechados.

 

 

No, no será el deporte de conjunto como lo hemos conocido, pero acaso sí el que han deseado muchos entrenadores, tan frustrados de ver mal trasladados sus planes al terreno de juego.

 
Volvemos a esa parábola planteada por Jorge Valdano al describir el afán de control total de los directores técnicos, convertidos en los generales y Napoleones de nuestra era. El ex jugador argentino retomaba un relato de Jorge Luis Borges, en el que dos reyes juegan ajedrez mientras sus respectivos ejércitos se encaran en el campo de batalla: “Llegan mensajeros con noticias de la batalla; los reyes no parecen oírlos e, inclinados sobre el tablero de plata, mueven las piezas de oro… Hacia el atardecer, uno de los reyes derriba el tablero porque le han dado jaque mate y poco después un jinete ensangrentado le anuncia: tu ejército huye, has perdido el reino”.

 
Así que nuestro Mourinho-Cyborg ya no podrá llegar a la conferencia de prensa criticando a su lateral por haber subido sin volver, o a su medio de contención por no haber hecho la cobertura, o a su plantel por falta de compromiso: todos estarán perfectamente alineados con su deseo, mediante esa descarga de información que ya no será de 10 famélicos bits por segundo (imaginemos un grito o silbido desde la banca), sino de hasta un billón de bits en ese mismo lapso.

 
Todo será más aburrido, pues nuestro DT-Cyborg tendrá que admitir eventualmente que se equivocó, que fue superado por el rival, y ya tampoco contará con el recurso de culpar al árbitro, ahora irrefutable en su modalidad ciborg.

 
Elon Musk, acaso la mente más brillante y visionaria de nuestra era, no hablaba de futbol cuando unos días atrás se refirió a que el ser humano deberá fusionarse con las máquinas para evitar volverse irrelevante. No hablaba de eso, pero la aplicación de su profecía al deporte de conjunto es posible.

 
Claro que entonces, con esos futbolistas-cyborgs, híper cargados y renovados de información a cada segundo, terminaremos por añorar lo que antes alcanzó grados de sublimación dignos de la más elevada forma de arte. Basta con preguntar a Lionel Messi (o, en su momento, a Zidane, a Romario, a Maradona, a Garrincha, al virtuoso de cada generación), por la razón que le llevó a hacer determinada maniobra con rival y balón. Su respuesta casi siempre será la refutación total de esos miles de millones de bits: una mueca de ignorancia, de confusión, de desconcierto. ¿Por qué? No, no saben por qué hicieron eso que tan bien salió y sin duda es mejor así.

 
Y es que si el futbol es lo que es, eso se debe en gran medida a la inventiva, al instinto, a la dinámica de lo impensado e improvisado entre varios muchachos.

 
Preferible dejar lo del genial Musk en otro campo que no esté en un estadio. Incluso los mismos DT-Cyborgs, tras regodearse un rato en esa fantasía de narcicismo y omnipotencia, seguirán prefiriendo delegar, confiar y verse sorprendidos.

 

 

 

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