Y al final resulta que el mayor de los fracasos de Río 2016 no fue culpa de Brasil sino del mismísimo, tan acaudalado, tan poderoso, tan exigente, Comité Olímpico Internacional: un sistema de dopaje que quedó muy por debajo de lo necesario para garantizar competencias pulcras y un nivel cero de trampa.

 

Intentemos comprender (eufemismo de, “ayúdenme a entender, porque solo simplemente no puedo”): en los Juegos marcados por el escándalo ruso, en esos mismos en los que el COI decidió a pocos días de la inauguración que la federación internacional de cada deporte decidiría a qué atletas de ese país admitir, se implementó el marco de dopaje más laxo e ineficiente que se recuerde en épocas contemporáneas.

 

Sí, apenas unos días atrás el titular de la Federación Internacional de Atletismo, Sebastian Coe, se refería a que el dopaje fue mucho peor 30 años atrás cuando él competía y a esa declaración yo dedicaba un texto en este mismo medio, por supuesto coincidiendo con su opinión. Pues bien: visto el reporte de la Agencia Mundial Antidopaje sobre Río 2016, habrá que decirle a Lord Coe que no, que por nefasto y fraudulento que haya sido el pasado, el dopaje no pudo ser peor que en la justa realizada en tierras cariocas.

 

¿Exagero? Júzguelo usted a la luz de las revelaciones de la WADA: más de la tercera parte de los atletas participantes en Río 2016 no fueron analizados antes de los Juegos (asimilemos que sin seguimiento previo, se da pauta a doparse en la preparación y alcanzar meses después a ya no tener restos de la sustancia prohibida); durante estos Olímpicos más de la mitad de las pruebas de doping planeadas no pudieron ser conducidas; hasta cien análisis se registraron mal, con lo que se desconoce el atleta al que pertenecen; en deportes de elevado riesgo (por ejemplo, halterofilia) hubo poca o nula toma de muestras.

 

Más grave que eso, resulta la razón esgrimida: recorte de presupuesto, falta de fondos y personal; como si los seis mil millones de dólares ingresados por el COI en este ciclo no bastaran para dedicar una partida que asegurara empleados cualificados, confiables y bilingües (sí, porque dicen que otro problema fue que no hablaban inglés).

 

El COI ha querido minimizar ese reporte, pero el daño está más que hecho y el Kremlin, tan señalado y deslegitimado por esta materia, debe estar partiéndose de la risa.

 

Si el Comité Organizador local, con sus medidas de austeridad, decidió recortar el personal para pruebas de dopaje, el COI tan rico y todopoderoso, tenía que haber liberado una partida financiera de forma emergente. ¿A Brasil le correspondía pagarlo? Quizá, pero el perjuicio no fue contra el país sudamericano, sino contra el olimpismo.

 

Un desastre, una vergüenza, un absurdo: en los Juegos vistos con mayor lupa por los escándalos de doping que los antecedieron, el movimiento olímpico no pudo garantizar que se testara a todos los deportistas, ni siquiera identificar al propietario de decenas de pruebas. Para reír o llorar; o las dos al mismo tiempo.

 

Twitter/albertolat

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.