Una crisis diplomática que ha tomado por sorpresa a muchos, empezando por la naciente administración de Trump. Crisis medular en la historia asiática del siglo XX y reflejada a cada paso del movimiento olímpico.

 

Cuesta creerlo ahora con China convertida en rutilante potencia del deporte, pero su debut olímpico como República Popular apenas llegó hace 32 años, en los Juegos de Los Ángeles 1984.

 

Tras la Segunda Guerra Mundial y Guerra Civil china, fue la isla de Taiwán la que se mantuvo acudiendo a los grandes eventos deportivos en representación de una masa territorial sobre la que ya nunca recuperaría dominio.

 

Historia muy compleja, la República de China compitió con bandera del Kuomintang o Partido Nacionalista Chino (ése que se enfrentó al ejército de Mao y después a la República Socialista) en Londres 1948. La China continental no se registraría en la justa, como no lo hizo su entonces aliada la Unión Soviética, por considerar que era una celebración burguesa. Cuatro años más tarde, al cambiar los soviéticos de opinión respecto al deporte, Mao también lo hizo, sólo que tan de último momento que apenas uno de sus atletas (un nadador) llegó puntual a la competencia. De hecho, en ese inicio de la Guerra Fría, se había destinado un ala de la Villa Olímpica a atletas socialistas y ahí debutaron pegadas las banderas de la URSS y China.

 

A partir de Melbourne 1956, la isla de Taiwán asumiría la representación deportiva de todos los chinos como República de China, lo que propició un dilatado boicot de la República Popular.

 

A fines de los años 70, la Resolución de Nagoya cedió los derechos del nombre China al gigante gobernado desde Beijing y todo volvió a cambiar. Entonces los taiwaneses boicotearían tanto Montreal 1976 como Moscú 1980; así, en lo único en que los dos Comités Olímpicos chinos estuvieron de acuerdo en tan larga tensión fue en no ir a los Olímpicos de Moscú: Taiwán, en protesta por perder el nombre China y ahora llamarse Taipéi, como su capital; China, por entonces estar en conflicto con el anfitrión, la Unión Soviética.

 

Como sea, desde Los Ángeles 1984 los dos participan, siempre con la queja taiwanesa por no usar su nombre ni ondear su bandera (porta un lábaro que incluye los aros olímpicos) y con la queja china por la admisión de esa isla como entidad independiente.

 

Apenas en Río 2016, con la medalla de oro conquistada por la levantadora de pesas taiwanesa, Hsu Shu-ching, se reavivó la protesta, cuando no pudo escuchar su himno ni leer el nombre de su país en el podio. Como sea, esa fórmula del COI se ha exportado a otros rubros y en Miss Mundo la representante de Taiwán solía ser Miss Chinese Taipei hasta que en protesta también abandonó.

 

Embrollo de nombres, de autonomías y de dos Estados que mantienen su Guerra Fría tantas décadas después. Embrollo en el que Donald Trump no tardó en meterse al responder a la felicitación de la Presidenta taiwanesa: sea que lo haya hecho sin reparar en las implicaciones, sea que lo haya hecho consciente de lo que esa afrenta representaba para el gigante gobernado desde el Zhongnanhai en la Ciudad Prohibida de Beijing.

 

Twitter/albertolat

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