La última faceta que esperábamos ver en José Mourinho: que osara impartir clases sobre respeto al rival y humildad en la victoria.

 

Él, experto en hacer incendios ahí donde se ha parado, en polarizar estadios y tribunas, en provocar a propios y rivales, en sacar de quicio al universo, reclamó al director técnico del Chelsea, Antonio Conte, por su explosiva celebración tras el cuarto gol blue en contra de su alicaído Manchester United.

 

En el fondo, lo que en verdad hacía era impartir clases en una materia que domina mejor que nadie: desviar del foco de la conversación la goleada y dirigir el debate hacia otro tema aledaño.

 

La realidad es que, con exceso o sin exceso de Conte en el festejo, Mourinho sabe que sus primeros meses al frente del United han quedado muy por debajo de la menos optimista de las expectativas. Más doloroso aun, que en su regreso a ese estadio que llegó a considerarlo como su más amado apóstol, haya padecido una de las peores derrotas en su carrera –equiparable, sí, a la única mayor en volumen de goles: el 5-0 en su primera visita al Camp Nou dirigiendo al Madrid.

 

Buena parte de sus ex pupilos del Chelsea vio en ese reencuentro toda una ocasión para la venganza: por la guerra de declaraciones sostenida con algunos, por los señalamientos y descalificaciones propinados a otros, por la ruptura que precedió a su salida de un equipo que apenas meses antes era campeón de Inglaterra.

 

Acaso tan difícil de asimilar como ese nuevo golpe y como el verse clasificado séptimo con el plantel más caro de la historia, es entender que su influjo mágico parece asunto del pasado. Eso no significa que ya jamás vaya a conquistar títulos; lo hará porque dispondrá permanentemente de algunos de los mejores colectivos y, sobre todo, por su probada capacidad de liderazgo y dirección. Como sea, cada vez se parece menos al joven revolucionario que formaba cuadros dominantes, compactos, avasalladores.

 

De Madrid salió en 2013 con su aura de perfección mancillada y, pese a las conquistas con Chelsea en 2015, todavía no se recupera. Lo que sí queda intacto es su discurso plagado de excusas, su afán de abrir trincheras por doquier, su delirio de persecución, el desgaste en la relación con sus entrenados.

 

Mou anuló a José, el personaje borró a la persona, la caricatura desterró al humano. Lo único inadmisible tras la caída de este domingo, fue el inciso por que el decidió empezar: asumirse con autoridad para dar lecciones de cortesía y perfil bajo.

 

Lo que se anunciaba como la liga de Mou y Pep, acérrimos rivales conduciendo a los dos equipos más reforzados y de la misma ciudad, es una liga de muchos; tantos, que un escaso punto separa a los primeros cinco clasificados.

 

Mourinho cuenta con elementos y tiempo para reconducir la situación. Lo que no tiene ni tendrá, es autocrítica, palabra ajena a su vocabulario. Y un equipo que se ha visto tan superado en los tres duelos serios de la campaña (City, Liverpool, ahora Chelsea), tendría que comenzar por admitir que algo –o mucho– no anda bien.

 

Twitter/albertolati

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