Una pregunta cuya respuesta cambió en los últimos años. ¿Cuál es la mayor amenaza que enfrenta el deporte? Durante mucho tiempo, en charlas y entrevistas efectuadas con altos dirigentes, incluso con personajes como Joseph Blatter y Lennart Johansson, como Jacques Rogge y Juan Antonio Samaranch, escuché diferentes contestaciones: si el dopaje, si la mercantilización, si la politización, si los intereses ajenos, si el saturado calendario, si el descuido del genuino aficionado, si el tráfico y la explotación de jóvenes prospectos, si el costo de albergar mega-eventos, si el hooliganismo.

 

El cambio llegó diez años atrás, cuando la consolidación de redes sociales y diferentes plataformas cibernéticas, abrió la puerta a una nueva manera de apostar y alterar eventos deportivos. Rumbo a Sudáfrica 2010 y Londres 2012, ya no había duda: el mayor de los temores eran los amaños de partidos, ningún enemigo tan difícil de combatir como ese.

 

Todo hace indicar que durante un partido de Segunda B española (equivalente a tercera), el club Eldense permitió que su rival le hiciera doce goles.

 

Cosa rara, la verdad no tardó ni un día en asomar. Y digo que cosa rara porque estoy convencido de que en la mayor parte de las ocasiones, no nos llegamos a enterar de nada. Primero, porque el Eldense, en un afán de subir exponencialmente las ganancias, permitió un marcador que, incluso siendo de una liga tan poco conocida, pronto dio la vuelta al mundo. ¿Qué hubiera pasado si la apuesta se centraba en un 4-0? Que difícilmente se habrían girado las miradas del planeta hacia ese caso. ¿Goles absurdos, errores obscenos, falta de compromiso? Nada de eso se detectaría con un marcador menor llamativo.

 

Conforme avanzan los días nos enteramos de que el propietario del Eldense, ya se había visto involucrado en similares escándalos en su país, Italia, e incluso de la implicación de la mafia italiana.

 

Llegados a ese punto, es importante mencionar que, para hacerlo, no hace falta el apoyo de mafia alguna. Y que las redes de apuestas suelen operar lejísimos de los estadios europeos, en pleno sureste asiático, muchas veces contratando a contactos a la distancia. A través de ellos, a menudo disfrazados o acreditados como periodistas, hallan acceso hasta los jugadores para solicitar tal o cual marcador.

 

¿Por qué es tan difícil descubrirlo? Porque no todo son goleadas o sorpresas; se puede arreglar que determinado velocista termine en cierta posición que no le afectará demasiado, un cotejo de rondas previas de tenis o, más común, que el equipo favorito no tenga problemas para obtener la victoria, lo que permite apostar bajo seguro.

 

Fechorías cada vez más difíciles de controlar, es hoy el mayor de los problemas que enfrenta el deporte. Redes operadas desde Tailandia o Malasia, conectadas en tiempo real con plataformas de mensajes encriptados, con alta capacidad para disimular, las únicas formas de detección son dos: la menos común, el descaro en un marcador, como el del Eldense; la más recurrente, vigilar comportamientos atípicos en el volumen de apuestas.

 

Twitter/albertolati

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