El deporte ya no puede fingir demencia. El futbol ya no puede hacer como que no ve.

 

El Bayern Múnich nunca pensó que se generaría semejante revuelo por ir a jugar un partido amistoso a Arabia Saudita. En pleno parón invernal de la Bundesliga y con el plantel trabajando en Qatar, el equipo bávaro aceptó una millonaria oferta para llevar a sus estrellas a la capital Riad.

 

columna LATI

 

Importante mencionar que más allá de las críticas a su lamentable y recurrente violación de los derechos humanos, los saudiárabes forman parte activa del acontecer futbolístico mundial y han acogido importantes torneos (por ejemplo, el Mundial Sub-20 realizado en 1989, o las primeras ediciones de la Copa Confederaciones, fundada bajo el nombre Copa Rey Fahd). Es decir, que el deporte ha aprendido a convivir con su esquema político… y a beneficiarse de su infinito dinero.

 

Unas semanas antes de que los dirigidos por Pep Guardiola se presentaran en territorio saudita, un bloguero fue condenado a mil latigazos y diez años de cárcel por abrir un foro de debate religioso. Nada nuevo. Recuerdo perfectamente cuando fui a Riad, como parte de la gira de bienvenida que hacía Franz Beckenbauer a cada país calificado al Mundial 2006, que ya en el llenado de la visa había amenazas severas: pena de muerte a quien intente introducir drogas o pornografía; mi camarógrafo llevaba un libro del conductor de radio Howard Stern, el cual incluía fotografías del personaje con mujeres en bikini; por nuestro bien, el libro le fue confiscado antes del aterrizaje.

 

Ya en la ciudad, de imponentes rascacielos sobre el desierto, era común encontrarse tanques con la máxima tecnología de seguridad e inteligencia, en el aparato policial más imponente que jamás haya visto en país alguno (quizá sobre decirlo, pero, fuera del aeropuerto, no vi a una sola mujer en toda mi estancia y nunca pude grabar sin la compañía de un funcionario).

 

Como decía, la Arabia Saudita guiada por la rama musulmana más extrema, el wahabismo, es parte no sólo del futbol mundial a través de la pasión de su pueblo, sino también con directa injerencia de su monarquía. El equipo al que enfrentó el Bayern fue Al-Hilal, máxima potencia histórica de la liga saudita, cuyo nombre (traducible como “luna creciente”, símbolo del islam) le fue impuesto por el entonces rey Abdulaziz y cuyo actual presidente es miembro de la familia real.

 

El Bayern bien sabe que no ha sido ni el primero ni el último cuadro de Europa occidental en prestarse a un cotejo amistoso en Arabia Saudita, pero la sociedad alemana ha reaccionado con severidad. “El deporte tiene una fuerte voz, pero no la usa en los puntos donde haría sentido y sería benéfico. Los futbolistas no tienen que ser políticos, mas deben estar atentos a las condiciones de los derechos humanos y fijar ejemplos”, declaró Dagmar Freitag, quien encabeza el comité deportivo del parlamento germano.

 

Y entonces pensamos en las dos inevitables opciones, el boicot o la legitimación, porque ciertamente no hay punto medio: al acudir a Riad, el Bayern ha dado cierto tipo de legitimidad al régimen saudita con todos sus excesos y represiones. O como lo planteó el portavoz del partido Verde, Ozcan Mutlu: “No hay ningún honor en tener un partido amistoso en Riad cuando, por un decir, justo junto al estadio, el bloquero Badawi es golpeado mil veces y tiene la piel de su espalda levantada”.

 

En el fondo, otra realidad: que si el Bayern no hubiera aceptado la oferta, nadie se habría enterado, y que de esta manera, aunque a costa de un férreo desgaste de la imagen del club, se colocó en el centro de la discusión lo que acontece por rutina en Arabia Saudita y lo que padece hoy el bloguero que osó reflexionar sobre religión.

 

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