El accidentado partido no sirve como atenuante; la plaga de lesiones y lentas rehabilitaciones, la expulsión antes del minuto 20 de juego, el gol adverso casi inmediato tras la tarjeta roja.

 

Nada, ni las circunstancias enlistadas, aminoraban este domingo una desoladora sensación en el Estadio Emirates de Londres: que el Arsenal ha olvidado cómo ganar en los momentos cumbre.

 

El peor Chelsea en décadas (por puntaje, además, el peor campeón defensor en la historia de la Premier League) ha derrotado a los gunners por segunda vez en la campaña. La primera se dio cuando todavía no se dimensionaba ni el caos en que se convertiría esta temporada para el equipo blue ni las altísimas posibilidades del Arsenal de ser campeón. Al tiempo, esta segunda se da cuando el cambio de director técnico no ha sacado al Chelsea de la parte baja de la tabla y el Arsenal tenía todo para aumentar su ventaja respecto al Manchester City en el podio de la misma.

 

Es decir, que esta caída duele más a los rojiblancos. ¿A qué grado? Al de incluso considerar muchos de sus devotos que así de pronto han capitulado a una Liga Premier para la cual eran máximos favoritos todavía el viernes.

 

Por delante quedan 15 jornadas en las que esa cima tiende a cambiar varias veces de manos (a río revuelvo ganancia de Foxes, de momento el Leicester City es líder general), pero esta derrota tumba a los dirigidos por Arsene Wenger hasta el tercer lugar y con el cuarto, su acérrimo rival el Tottenham, respirándole dos puntos detrás

 

Wenger tomó ese timón en el lejano 1996. Fue en su primera temporada completa cuando conquistó su primera liga inglesa y su primera Copa FA. Antes de cumplir una década ahí sentado ya totalizaría 11 títulos, en la mejor racha del Arsenal desde los años treinta. Ese cuadro que poco tiempo antes desquiciaba a Nick Hornby (de la impotencia y resignación de su juego soso, nació el aclamado libro Fever Pitch), pronto era estética y eficiencia. El genio de Arsene para detectar talento joven y elevar su capacidad, parió a los denominados “Invencibles” que en 2004 se coronaron sin perder un solo encuentro.

 

Lejos ya en el tiempo y lejos ya en el ánimo, porque aquel Arsenal permitía todo tipo de sueños y este obliga a sus seguidores a escatimar en ilusión, a frenar la esperanza, a moderar todo optimismo.

 

Claro, Per Mertesacker fue expulsado muy pronto y el partido del domingo se adulteró, pero el problema del Arsenal es que siempre hay un problema. ¿Mala suerte? Yo diría, más bien, miedo a las alturas.

 

Queda muchísimo tramo, aunque desde mi humilde y poco probada capacidad para pronosticar, me atrevo a descartar al Arsenal como campeón.

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