Miles de papeles desperdigados entre las ruinas de lo que fue una ciudad, acaso adheridos al suelo por sangre seca o por el vacío de quienes asumieron que ahí ya no podían vivir más. En esos panfletos, una cándida invitación: “el gobierno de Aleppo los llama a participar en un partido de futbol amistoso, como gesto de buena voluntad rumbo a la reconciliación nacional. Todo ciudadano está invitado a participar en el juego”.

 

Sobra decirlo, nunca se realizó ese partido que había de disputarse a principios de diciembre en el estadio Hamdania de Aleppo; suficientemente complejo ya era por entonces sobrevivir a los bombardeos o intentar huir del cerco que asfixiaba, como para atravesar zonas de riesgo para ir a ver rodar una pelota. Máxime si muchos opositores al régimen de Bashar al-Assad, veían en ese llamado toda una trampa para emboscarlos o efectuar detenciones masivas. Máxime, también, si la supuesta reconciliación era ofrecida al mismo tiempo que se endurecía el ataque contra todos quienes seguían viviendo (mero decir) en Aleppo.

 

¿Diplomacia con balón? Muy a su manera, aunque, sobre todo, uso del balón para denotar normalidad y armonía donde de ninguna forma los hay. La misma Siria en la que tiene buen rato que se suspendieron los Derechos Humanos y la esperanza en que algo mejor pueda emerger al siguiente amanecer, no ha visto suspendida su liga de futbol.

 

Por increíble que pueda resultar, incluso los representantes sirios continúan participando en certámenes asiáticos y la selección de este país se mantiene en la eliminatoria rumbo a Rusia 2018. Menos insólito, que el campeón de liga haya vuelto a ser el equipo más afín a la familia al-Assad, el club al-Jaish. Con una estatua del ex mandatario Hafez al-Assad en sus instalaciones, su hijo y actual presidente, Bashar, llegó a ser retratado con los jugadores en alguna celebración a pie de cancha en tiempos menos convulsos.

 

Traducible como “ejército”, al-Jaish representa a las fuerzas armadas, lo que le permite robar a sus rivales al jugador que desee, bajo pretexto de estar reclutando a efectivos para la defensa del país. Con tan eficaz esquema de contrataciones y cierta dosis de ayuda arbitral, es evidente la razón por la que nadie tiene más trofeos que esta institución.

 

En cierto momento, el Karamah de Homs (traducible como “dignidad”), creció tanto como para consumar la mayor hazaña en la historia de esta liga: ser subcampeón de la Champions asiática en 2006. Sin embargo, la postura del pueblo de Homs, como la del de Aleppo, han contribuido a que sus respectivos equipos se hayan diluido casi tanto como sus condiciones de vida. De Homs era el portero de la selección sub-23, Abdul Basir-Sarout, célebre por haberse retirado en 2012 para cantar consignas en contra de Assad e involucrarse como líder en la resistencia. El gobierno sirio asegura que se sumó al Estado Islámico, algo no confirmado y proclive a ser falso, si se considera que parte del discurso oficial es tildar de extremista y terrorista a todo opositor.

 

Con el partido de la supuesta reconciliación que ni fue ni iba a ser en el estadio Hamdania de Aleppo, cerró 2016 en Siria. Con el arranque de un nuevo torneo de liga, jugado sólo en Damasco y Latakia, ha arrancado 2017. El balón, incapaz de reconciliar lo irreconciliable, por lo pronto se ocupa de pretender fingir armonía donde todos sabemos que no la hay.

 

Twitter/albertolati

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