Qué mala onda. Estaba leyendo que la televisión pública egipcia suspendió a ocho presentadoras de noticieros por gordas. El director les dijo: “Tienen un mes para lograr una apariencia adecuada”, o sea, ¡a dieta, mamacitas!

 

Dios, qué jefes tan insensibles. ¿No entienden que una se estresa y come? Si yo viviera en Egipto y me tocara informar cosas como “atentado en las pirámides, matan a todos los turistas”, me como el escritorio y hasta al camarógrafo.

 

Además, estoy segura que las locutoras no tienen la culpa, lo que pasa es que el metabolismo es canijo aquí y en El Cairo; y les juro que a veces se te altera de la nada, por una cosa de la genética, de la química o de la física.

 

Por supuesto, lo primero que quiero es defender los derechos de las mujeres en general, y luego de las gorditas, en particular. Cuando nadie te conoce, la obesidad se queda en casa, pero cuando eres una gorda televisiva tus lonjas pasan a ser propiedad del público (te conviertes en una especie de patrimonio nacional).

 

Yo quisiera solidarizarme con mis colegas egipcias y decirles que acá en México las recibimos con los brazos abiertos, pero no: también nos traen a raya.

 

No quiero ser aguafiestas, pero está en chino bajar tantos kilos en un mes y me temo que las amenazadas pronto engrosarán las filas del desempleo, a menos que sigan algún consejo proporcionado por una “gorda de la tele” con muchos años de experiencia: yo.

 

Pueden recurrir a una lipo ultrarrápida, aunque después quedas peor. También deberían intentar la dieta de tres días “del helado de vainilla” que hizo famosa Angélica María; no bajas tanto, pero al menos te disminuyen los cachetes.

 

O, ¡pueden ir a las vendas! Te meten en un sauna para que sudes la gota gorda, y luego te enrollan en vendas congeladas para quemar grasa y tonificar. Es que me explicaron que tu cerebro le ordena al organismo que trabaje más rápido, le hace creer que estás en Alaska y tiene que generar más calor (ja, ja, ja, perdón, risa nerviosa).

 

¿Más ideas? Tal vez podrían chutarse el “jugo de mango de Hollywood” que toma Salma Hayek para tener esa cinturita. O la dieta de la Luna, la de la alcachofa, la de comer puras cosas verdes o la de no probar ningún alimento blanco, el régimen de la sopa de col o la dieta del kiwi (¡comes todo, menos kiwi! Total, si ya te van a correr).

 

A mí un día me hipnotizaron para que bajara de peso. Pero lo único que perdí fue el tiempo, porque me ganaba la risa y el doctor-prestidigitador nunca pudo conmigo. Debo confesar que mis nuevos secretos favoritos para adelgazar -¿ya me vieron?, ¡ahora soy flaca!- son dos: la “operación camuflaje” y las pastillas japonesas.

 

La primera es una técnica que no falla, y consiste en juntarte con alguien más gordo y así ¡pierdes kilos al instante!, porque automáticamente te ves flaco. Pura perspectiva.

 

La segunda es una pastilla quema-grasa fantástica, hecha por una genio del lejano oriente, con una secreta única de xoconoxtle y fibras naturales. Estoy googleando la dirección de la televisora egipcia para mandarles a mis colegas en desgracia mi nueva arma secreta japonesa. Gordas unidas.