Sobre Holanda, o más bien sobre su futbol aunque también sobre otros aspectos de su cultura, pesa una capa de fatalismo. Producto de tres finales mundialistas perdidas, cada cual más dramática que la otra –la de 1974 siendo el mejor equipo del torneo y con voltereta de su acérrimo rival, Alemania Federal; la de 1978, con un remate al poste a pocos segundos de que el cotejo se fuera a una prórroga en la que se impuso Argentina; la de 2010 en el último estertor del tiempo extra, gol de Iniesta para España. Producto también de traumáticas ocupaciones en conflictos bélicos, hartazgo de convertirse cíclicamente en canica sometida a la voluntad de sus poderosos vecinos.

 

Quizá por todo lo anterior, los Oranje convirtieron en arte la derrota o, para ser precisos, sublimaron la estética de ese deporte en el que dejaban para otros la eficacia.

 

Fidelidad a un estilo (Guus Hiddink: “Es muy importante mantener la filosofía. Si yo ganara un Mundial con mal juego, no sé si sería feliz (…) la gente me mataría y tendría razón en hacerlo”). La más estoica resignación (Leo Beenhakker: “En un Mundial o Eurocopa, el 90 por ciento de los equipos asiste para ganar, pero siempre hay uno que simplemente desea mostrar lo bien que sabe jugar: ese equipo es Holanda. Ese es nuestro drama”). Futbol con principios (Ruud Krol: “El futbol no es arte, pero sí existe el arte de jugar bien al futbol”). Coherencia a prueba de todo (Patrick Kluivert: “lo importante no es que sea gol, sino que sea bonito”).

 

Entre la industria de Rotterdam, sacrificada y rígida, o la bohemia de Ámsterdam, tan libertina como creativa, la identidad de su futbol eligió la segunda, decisión compleja a la luz de tan reiterados fracasos. Decisión que este fin de semana encontró toda una razón de ser en el futbol femenino: la selección holandesa se coronó en la Eurocopa practicando un futbol digno de lo que solía esperarse cuando se observaba una casaca naranja; no sólo eso, sino que rompió con una hegemonía continental de 22 años de su más agrio rival, Alemania.

 

Los festejos y niveles de audiencia por todo el país han sido tan colosales como cuando el cuadro de Gullit y Van Basten alzó la Eurocopa en 1988. Ciudades y canales pintados de naranja, con un valor añadido que refuerza la necesidad de que en México apoyemos la naciente liga de futbol femenil: que en la mayor parte de los casos puede tejerse una gráfica vinculando los títulos en futbol de mujeres con la consolidación y respeto a la fuerza laboral femenil.

 

No es sólo sobre futbol, aunque también. Es el triunfo de la equidad y el acceso a oportunidades para todos en una sociedad.

 

A la Holanda habituada a llorar sus estéticas caídas le han recordado justo ahora, en medio de la peor crisis de su cuadro varonil, que apegada a su estilo es posible ganar. Cortesía de las nuevas heroínas del país, las Oranje Vrouwen o damas de naranja.

 

Twitter/albertolati

 

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