EL CAIRO. La carretera que conduce a Mosul, principal bastión del grupo Estado Islámico (EI) en Irak está sembrada de minas, como los pueblos están plagados de trampas-bomba y horadados de túneles, en un intento de los yihadistas de ganar tiempo y ralentizar el avance de las fuerzas iraquíes y kurdas.

 

Los primeros obstáculos alzados por los fundamentalistas armados fueron muros de tierra que bloqueaban en varios puntos las vías que conducen a Mosul, transitada por vehículos militares y desplazados que huyen de los combates o que regresan a visitar las casas que abandonaron hace más de dos años.

 

Junto a una de estas barreras en la carretera que une Erbil con Mosul, una cuarentena de artefactos explosivos desactivados recuerdan el peligro que acecha en todo el recorrido, en el que pequeñas banderas rojas advierten también de la presencia de amenazas.

 

“No os salgáis del camino”, advierten los militares a los periodistas que visitan las zonas liberadas, porque cualquier cosa puede ser una trampa-bomba.

 

“Esas son las verdaderas armas del Daesh (acrónimo en árabe del EI), pero las fuerzas de seguridad han conseguido hacerles frente, resolver el problema de las trampas y los artefactos explosivos y avanzar”, asegura a Efe Waziq Abdelqader al Hamdani, jefe de la policía de la provincia de Nínive, de la que Mosul es su capital.

 

Sin embargo, reconoce que estas armas, sumadas a los francotiradores y los coches bomba, conducidos o no por suicidas, “constituyen una gran dificultad” y son uno de los obstáculos “que podrían causar el retraso de la operación”.

 

Algo que también comparte el capitán de ingenieros Oscar Arujo, presente en Bagdad como parte del programa para adiestrar a las fuerzas iraquíes en la detención y desactivación de artefactos explosivos improvisados.

 

“Provocan un retraso muy grande porque todo el mundo está alertado y cuando va pisando el suelo va comprobando que no hay nada raro, ningún cable. Va todo muy lento”, cuenta Arujo a Efe en una conversación telefónica.

 

En unas antiguas viviendas yihadistas, que albergaban un taller de explosivos, situadas a unos pocos kilómetros de Bartala, unos soldados iraquíes muestran a Efe las trampas explosivas colocadas por los combatientes del EI y la entrada a uno de los túneles que empleaban para moverse.

 

Son tres casas juntas, entre las que los yihadistas se movían a través de boquetes que habían hecho en los muros.

 

En el suelo de uno de los patios hay decenas de bombas artesanales hechas con dos tablillas, una encima de otra y con el explosivo en medio, que estaban colocadas en las puertas que daban al exterior, junto a los muros y debajo de una palmera en una de las entradas.

 

La vivienda colindante saltó por los aires y bajo los escombros que invadieron el patio de una de las casas ocupadas por el EI el soldado muestra una decena de estos artefactos que todavía no han sido desactivados.

 

Los yihadistas evitaban salir a la calle y se movían entre las casas colindantes haciendo agujeros en las paredes o a través de una amplia red de túneles excavados a más de diez metros de profundidad para protegerse de los bombardeos de la coalición comandada por Estados Unidos.

 

“Los túneles son uno de sus métodos para evitar los bombardeos y también para esconderse con la intención de lanzar ataques suicidas cuando no se les ve, pero esa técnica ya la conocemos y la conocen los aviones, que ya son capaces de hacer frente a estos subterráneos”, explica el jefe de la policía.

 

En las viviendas tomadas por el EI, un soldado señala el orificio dejado por un misil lanzado desde un avión y que atravesó la pared antes de impactar en la boca del túnel y cegarlo.

 

El capitán español explica que las ventajas de estas bombas son su reducido precio y la facilidad con la que se colocan, además de que pueden tener un efecto psicológico demoledor, en las tropas kurdo iraquíes y en los civiles.

 

Relata que hubo un momento en el que los yihadistas, que atrajeron a sus filas a gente muy bien preparada, elaboraban bombas cada vez más complejas.

 

Intentan emplear el mínimo metal posible para que no puedan ser detectadas o detectores de luz y movimiento, circuitos que se activan con aire o agua, o sistemas complejos que saltan cuando se trata de desactivarlas por métodos tradicionales.

 

Sin embargo, puntualiza que con el continuo acoso, la falta de medios y la precipitación, su capacidad de innovar se ha limitado mucho y han regresado a lo más barato y rápido.

 

“El que va haciendo el mal siempre va por delante de nosotros y cuando le cogemos el truco, entonces lo cambia y nos vuelve a pillar otra vez”, declara Arujo, que explica que la primera lección en el frente es ser consciente de que cualquier cosa puede ser una trampa.