Seguro usted puede conocer a alguien que pensó que hacía un gran negocio comprando dólares en 22 pesos para guardarlos en el colchón y entonces poderlos vender después en 25 pesos.

 

Porque es un hecho que estaban seguros, incluso así lo decían algunos en el radio, de que se devaluaría más el peso tan pronto como Donald Trump llegara a la Casa Blanca. Con esa impunidad que caracteriza a la vida cotidiana, en este país había gurús que ya veían el dólar a 25.

 

Si ésos que creyeron en las profecías apocalípticas del peso hoy tendrían que vender sus billetes verdes en 17.50 pesos. Ya perdieron.

 

Ese tipo de minusvalías de los aprendices de especuladores duelen, porque se pudieron haber ahorrado. Es más, si hubieran comprado Cetes, ya habrían registrado ganancias reales.

 

Ahora, hay pérdidas cambiarias que, si bien duelen en los balances, no deben ser otra cosa que motivo de alegría.

 

En el caso del Banco de México, lo que ahora reporta son pérdidas derivadas de la apreciación del peso.

 

En los años anteriores, el Banco Central mexicano compraba dólares a precios inferiores de los que los colocaba en el mercado más tarde. Esto implicó ganancias al banco, pero como no tiene fines de lucro, se reportan como remanentes. Son ésos los mismos que, entre otras cosas, han permitido la reducción de los pasivos gubernamentales.

 

Otra parte de esa ganancia involuntaria la reservó el propio banco para estas temporadas de vacas flacas.

 

Pero ahora con la apreciación del peso, la pérdida es de casi 312 mil millones de pesos. Compró billetes verdes caros y ahora los vende baratos, como el aprendiz de especulador que le decía que guardó dolaritos en el colchón.

 

Sólo que aquí no hubo un fin de lucro, sino la intervención de la autoridad monetaria y cambiaria que funciona como válvula del mercado.

 

La buena noticia de que el banco “pierda” es que gana en materia inflacionaria. Una de las mayores presiones a los precios proviene precisamente de la depreciación cambiaria y las expectativas que esto genera.

 

Ya hay una cotización menor que se debe reflejar de inmediato en los precios al productor, que no siempre puede traspasar esos aumentos a sus consumidores, así que ahora puede emparejar sus costos y eventualmente bajar precios.

 

Y también puede mejorar la expectativa. Creer que el peso no estará de vuelta en los 20, menos en los 25 que auguraban los iluminados también calma la inflación.

 

Así que en la desventaja de tener que vender barato un producto que le salió tan caro, como el dólar, el Banco Central mexicano ve una posibilidad más de acercarse al cumplimiento de su meta inflacionaria más pronto.

 

Quizá las que no deberían de contar con esos dólares para sus planes fiscales sean las autoridades de Hacienda que habían encontrado en los remanentes del Banco Central un alivio a la abultada deuda pública que se había acumulado.

 

aarl