Hace unos días leí, en el sitio web de la revista The Atlantic, el artículo “El GOP (Partido Republicano) reprueba su examen de empatía”, sobre cómo sus candidatos presidenciales desaprovecharon –en tan sólo dos semanas– tres oportunidades para acercarse a grupos fuera de su base habitual de apoyo electoral: ninguno se pronunció con vehemencia para bajar la bandera confederada tras la masacre de Charleston (afroamericanos); ninguno apoyó la decisión de la Suprema Corte que hizo del matrimonio igualitario un derecho constitucional (comunidad LGBT); y ninguno condenó los comentarios racistas de Donald Trump (hispanos).

 

Si quieren ganar la presidencia en 2016, los republicanos necesitan votos de estos grupos, sobre todo del hispano. El contexto ameritaba un liderazgo que les dijera “estoy de tu lado”. En lugar de eso, indolencia. No tuvieron la visión para transmitirle empatía a estos grupos y perdieron tres oportunidades para arrebatarles apoyos a los demócratas.

 

En México, la vieja política reprobó su primer examen poselectoral de empatía con la sociedad. La semana pasada, el Congreso de Chihuahua aprobó la iniciativa del gobernador César Duarte (PRI) que prohíbe a los ciudadanos postularse como independientes si tuvieron militancia partidista alguna en los últimos tres años o si obtuvieron cargos de elección popular por algún partido o coalición en la elección inmediata anterior.

 

¿Por qué esto significa reprobar? Porque después de las elecciones pasadas, en las que la sociedad mandó un claro mensaje a los partidos, México necesitaba políticos que asumieran –con la madurez que exige la democracia– al nuevo competidor. Duarte, al bloquear a los independientes, cometió un gran error: les dio a éstos más argumentos antipartidos y de paso les dio una puñalada trapera a los chihuahuenses. No tuvo la visión para transmitirle empatía a una ciudadanía harta de la vieja política.

 

El reclamo independiente no se hizo esperar. Según Excélsior, Pedro Kumamoto –el joven diputado local electo de Jalisco– declaró que la medida “transgrede los derechos sociales y políticos de las personas”. Incluso dentro del PRI chihuahuense, la reforma no convence. Eloy García Tarín, diputado local, manifestó que ahora “es más complicado y hay más requisitos para ser candidato independiente en (…) Chihuahua, que para ser candidato a la presidencia de la República, eso nos habla del sentir y del espíritu de la ley”. Yo me pregunto: ¿qué clase de país queremos ser si bloqueamos al que quiere competir? Para Duarte, eso no importa. Lo crucial es entregar el estado a un político afín para gozar de impunidad.

 

No soy de los que cree –cómo aquel artículo de The Economist– que los políticos mexicanos “no entienden que no entienden”. Claro que entienden, sólo que a muchos no les importa. Duarte y otros exponentes de la vieja política tienen los días contados; sus perfiles –opacos y autoritarios– son cada día menos compatibles con una sociedad más informada y organizada.

 

La política de México está cambiando, y si bien no sabemos en qué dirección irá, claramente no será la de antes. En Rayuela, Cortázar escribió: “Detrás de toda acción había una protesta, porque todo hacer significaba salir de para llegar a, o mover algo para que estuviera aquí y no allí (…) es decir que en todo acto había la admisión de una carencia”. La reforma reaccionaria de Duarte significa una cosa: temor al cambio. Eso, viniendo de él, es buena señal.

 

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