El día 19 de septiembre de 2017 en la mañana, en la Plaza de la Solidaridad, habíamos rendido honor a los caídos del sismo de 1985. Posteriormente generamos un macrosimulacro de evacuación como permanente recuerdo del aprendizaje ante la tragedia de aquel entonces. En esos instantes nadie podría imaginar la cruenta tragedia que se avecinaba y el inimaginable evento que se daría en el mismo día que conmemorábamos a los caídos.

 

Así que al concluir y haber rendido una parte de novedades al jefe de Gobierno acerca del simulacro, regresé y aterricé en el helipuerto de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, bajé a mi oficina y entonces, minutos más tarde, comenzó un sismo de tal magnitud que hacía que libreros, escritorios lámparas, aires acondicionados y cualquier mueble cayera a los pisos o perdiendo la vertical. El estruendo de vidrios rotos y algunos gritos del personal hacían pensar en la magnitud y la gravedad del fenómeno; sobre las ventanas se percibían nubes de polvo de edificaciones colapsadas. Una vez habiendo movilizado y puesto a salvo al personal, en fracciones de segundos procedí a seguir con el protocolo; llamé para informar y abordé el helicóptero de manera inmediata.

 

La tragedia era perceptible desde el piso 12 de la SSPCDMX, las columnas de humo de incendios y tanques de gas en azoteas eran visibles, al igual que los nubarrones de polvo de edificios colapsados, desde el aire se podía percibir el olor a gas butano. La tarea era identificar visualmente las condiciones y establecer las afectaciones con ayuda de las cámaras de la CDMX. El jefe de Gobierno abordó otro helicóptero y revisó otras zonas, retornando al C5, en donde se establecieron e identificaron los 38 puntos colapsados, y entonces se dirigieron los esfuerzos del personal operativo, de obras, Policía, Protección Civil y médicos de distintas instancias de gobierno a los lugares y puntos que requerían de atención en cada punto de la catástrofe, llámese Ámsterdam, Tlalpan, Lindavista, Viaducto, Álvaro Obregón. La escena era igual: decenas o cientos de personas sin distinción alguna estaban volcados como una montaña humana a remover los escombros de las edificaciones colapsadas, con la intención de salvar la vida de las víctimas.

 

Cadenas de personas cargando cubetas para retirar escombros de las zonas. El esfuerzo anónimo, colectivo e incesante debía tener lógica y estrategia; para ello se estableció un mando del Gobierno de la Ciudad, un mando técnico y mandos de seguridad en cada punto, la necesaria organización para la creación de zonas de aislamiento a cargo de áreas de seguridad de la Policía y de elementos de la Marina y la Defensa. Asimismo, la coordinación técnica de los grupos de rescatistas, la presencia necesaria de ingenieros, preferentemente estructuristas, el análisis de las estructuras para saber dónde realizar los trabajos y la maquinaria adecuada, así como la vinculación con instancias públicas o privadas para atender cualquier necesidad de cada uno de los 38 puntos, desde palas, picos, cortadoras de gas acetileno, hasta plumas y trascabos o camiones de volteo, pero fundamentalmente elementos técnicos como escáneres térmicos, cámaras con equipo sonoro, además de binomios caninos entrenados para la búsqueda y rescate. Rescatistas de distintas partes del mundo aparecieron solidarios, países como Japón, Ecuador, Estados Unidos de Norteamérica y Colombia, entre otros, así como de los estados de Jalisco y Nayarit, que se unieron a los esfuerzos, así en cada punto hubo esfuerzos coordinados en donde el apoyo técnico se sumó a la voluntad humana.

 

La etapa de rescate rindió como resultado encontrar a 69 personas con vida y la recuperación de 228 personas que fallecieron en esta tragedia. No se escatimaron esfuerzos, intenciones ni el empleo de técnicas en la búsqueda.

 

Hoy, habiendo transcurrido tres semanas, se está logrando el mayor de los objetivos que es normalizar la vida de la sociedad ante una situación drástica y de crisis. Se lograron establecer con claridad las afectaciones y los recursos que el gobierno debe proveer a quienes fueron devastados por este fenómeno natural. En cuestiones físicas, en su salud, en los bienes en la calidad de propietarios o arrendadores, distinguir los beneficios, por ejemplo, a personas de la tercera edad y jubilados, de aquéllos en que sus edificios fueron colapsados y/o sufrieron daños, determinar en su caso a quiénes sean responsables civil y penalmente por edificar en alguno de los casos de manera irresponsable y ajenos a la norma.

 

Las formas de ayuda cambian; edificios tendrán que derrumbarse y otros, fortalecerse, siempre con apego a lo legal, pero en beneficio de la gente. Con esa claridad no habrá lugar a problema alguno.

 

Esa mañana del día 19 de septiembre habíamos rendido honor a los caídos por el sismo de 1985, así sin saber más, sin pensar siquiera en lo que sucedería. Hoy, la historia es distinta; ese día nos marcará para siempre. Quizás habrá dos homenajes, incluyendo ya a las víctimas de 2017, pero en este homenaje la historia siempre exaltará a las víctimas de uno de los eventos más cruentos de la naturaleza que causó la pérdida de la vida de más de 228 personas, pero en la memoria colectiva y en la imaginaria de la población se dará cuenta siempre del valor de los habitantes de la Ciudad de México, la solidaridad de su sociedad y el mejor momento del Estado, porque el Estado lo conforma el territorio, la población y su gobierno, y en ese momento se unificaron población y gobierno como uno solo, como los mexicanos que somos mostrando la entereza y fuerza suficiente para sobreponerse a la tragedia, rescatar a su gente atrapada, recuperar los restos de los seres humanos víctimas de la fatalidad, generar soluciones a las diversas problemáticas para reparar daños y afectaciones en estructuras, patrimonios, derechos y salud de las personas, y además aprendiendo de esto, incrementando la rigidez de las normas de construcción y estableciendo vinculaciones en las zonas de riesgo, pero sobre todo y ante todo uniendo a nuestra valiente y heroica sociedad.

 

Anteriormente en este mismo espacio había escrito del sismo de 1985, y dije que estábamos mejor preparados ante la fatalidad. Quizás nadie lo está, pero la organización del estado, de la población y su gobierno demostró que sí. A la semana de la tragedia, luego del trabajo sin descanso con el agotamiento y el esfuerzo escribí un mensaje para todo el personal de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, que me permito transcribirlo a continuación, como una forma de agradecimiento a todos los héroes institucionales, públicos, privados o anónimos: “A una semana de haber transcurrido el evento más fatal y devastador que hayamos vivido, y en el cual hemos sumado nuestros esfuerzos y capacidades por servir y apoyar a quienes en la tragedia han sido más afectados, les digo que es un honor ser parte del servicio público y de la Secretaría de Seguridad Pública, agradezco a todos quienes desde su actividad y esfuerzo aportan a la solución de un problema de tal magnitud, primero en la etapa del rescate y posteriormente en la reconstrucción de espacios, derechos, patrimonio y vidas de muchas personas. Cada esfuerzo nos permite ser mejores mujeres y hombres; con convicción lleven ese aliento a sus hogares, a sus familias, hijos y amigos, que es en donde encontrarán la fuerza para seguir apoyando y enfrentando éste y nuevos retos. Gracias”.

 

La Policía, en defensa de la sociedad.